Internacional



Crisis económica, pandemia y la debilidad del gobierno

Julio 09, 2020
(Punto de Partida)

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La crisis del mundo
El mundo se encuentra en una crisis profunda, tal vez mayor que la del crack de 1929. Esto es debido a la combinación de dos fenómenos distintos, la crisis económica y la pandemia de Covid 19. Tendrá consecuencias durante mucho tiempo, hambrunas catastróficas, millones de desocupados, caída abrupta del nivel de vida de las masas laboriosas.
A esta nueva realidad, que está en pleno desarrollo, se le suman otros factores importantes, como la lucha de clases entre explotados y explotadores, las contradicciones interimperialistas e interburguesas en cada país, y de burguesías atrasadas con el imperialismo. En las superestructuras de los explotadores (regímenes, gobiernos, partidos) y de los explotados (sindicatos, partidos, direcciones) también veremos transformaciones.
Distinguiremos todo tipo de crisis, económicas, sociales y políticas, así como reacciones defensivas del movimiento de masas que pueden convertirse en ofensivas si se elevan al terreno político, es decir, a cuestionar al gobierno y/o al régimen existente como ocurrió en Chile. Y, en el otro polo, el desarrollo de movimientos hacia el bonapartismo o el fascismo.
Esta doble calamidad, pandemia crisis económica, que afecte a los ricos y algunos explotadores, que estos se enfermen y empiecen a perder plata, no significa que esta sea «democrática»: si no que fundamentalmente golpea con toda su fuerza sobre las masas trabajadoras y el pueblo pobre, y sobre los países atrasados.
Como toda calamidad, la que estamos sufriendo no alienta reacciones violentas inmediatas del movimiento de masas sino todo lo contrario: su primer efecto equivale a una derrota brutal. En este caso, las masas quedan indefensas, tratando de sobrevivir a la enfermedad y al hambre como puedan. Si salen a la calle son víctimas de la enfermedad; si no salen a la calle quedan a merced de los gobiernos burgueses y de la patronal. Los que no están trabajando quedan entre la espada y la pared: rompen la cuarentena y se enferman para poder comer o se quedan en casa pasando hambre; los que están trabajando aceptan la baja salarial y demás condiciones que la patronal aprovecha para imponer o salen a luchas por empresa arriesgando el empleo en un situación de aumento de la desocupación.
No defendemos la teoría de “cuanto peor mejor”, como creen muchos compañeros de otros pensamientos políticos. La experiencia histórica demuestra lo contrario.
La calamidad de la Primera Guerra Mundial reventó a las masas durante tres años hasta que éstas reaccionaron con la revolución en Rusia y luego en Alemania, Italia, etcétera; la calamidad de la crisis económica del 30 dejó en la lona a la clase obrera yanqui, que sólo reaccionó cuando la economía se recuperó, y volvió a dejar de luchar cuando el imperialismo yanqui entró a la calamidad de la Segunda Guerra Mundial. Lo mismo podemos decir en cuanto a los procesos en Chile y Colombia o a los chalecos amarillos en Francia: la pandemia los paralizó; Duque, Piñera, Lenin Moreno y Macron no solo no cayeron sino que se fortalecieron frente a las masas; Alberto Fernández las ataca duramente sin que éstas puedan reaccionar; Bolsonaro, Trump y la presidenta boliviana hacen lo que se les da la gana a pesar de la crisis política.
Estamos convencidos de que nadie se deja matar de hambre sin luchar, es decir, que esta calamidad va a provocar en algún momento reacciones masivas, que pueden o no convertirse en acciones históricas independiente, objetivamente revolucionarias. Los explotadores son conscientes de ese peligro y por eso tratan de evitarlo con plata y comida, siempre insuficientes, para los sectores más jodidos. La situación en Ecuador y el estallido de la cuestión negra en Estados Unidos son premonitorias, anuncian lo que en algún momento ocurrirá pero por ahora sólo son eso. Opinamos que hoy no estamos en esa fase en ningún país que conozcamos, menos aún en el mundo, sino todo lo contrario, en un nuevo y violento golpe contra las masas.
No podemos precisar en qué terminará la cosa. Pero ya podemos verificar que el parate en la producción y el comercio van a provocar este año una caída importante del PBI mundial y en la gran mayoría de los países, incluso los imperialistas, no podemos prever su profundidad ni su duración porque eso dependerá de los otros dos factores. ¿Tendrá éxito esta vez la política de salvataje a los bancos y empresas que funcionó relativamente bien en la crisis de 2008? ¿Habrá una segunda ola de la pandemia en Estados Unidos, Europa y China que provoque un parate aun peor, o se irá extinguiendo y permitiendo alguna clase de recuperación el año que viene? 

La crisis histórica de la Argentina
La pandemia entre otras cosas desnudó los "problemas estructurales" de la economía argentina, que se encuentra en decadencia desde la crisis mundial de 1930. Esta declinación tuvo un desarrollo relativamente lento, a partir de la última dictadura y junto al gobierno de Menem este empobrecimiento pego un salto cualitativo.
Producto de este salto decadente desapareció el pleno empleo, la desocupación se hizo crónica, sectores importantes de trabajadores quedaron sin organización sindical, la clase media comenzó a empobrecer y apareció un fenómeno estructural nuevo: un sector masivo y permanente de generaciones condenadas a la marginalidad. Todo esto acompañado de destrucción masiva de servicios públicos de salud y educación, y la eliminación de los planes de vivienda social.

No hay populismo sin plata
Durante esta larga decadencia, hubo períodos excepcionales en los que la clase obrera y los sectores populares vieron mejorar sus condiciones de vida. Los más notables fueron el primer gobierno de Perón y los primeros años del kirchnerismo, que arrancaron de crisis económicas muy agudas, la del año 30 y la del año 2001. En esos períodos, estos gobiernos tenían recursos económicos provenientes de la exportación de alimentos. En ambos casos estos populismos tuvieron que dar marcha atrás cuando se acabó la bonanza económica. La experiencia del kirchnerismo comparado con el gobierno de Perón fue un populismo de bajo calibre ya que no incorporó al trabajo asalariado a las masas marginadas ni redujo sustancialmente la pobreza estructural.
Por lo tanto no hay populismo sin plata, esto quiere decir que no hay posibilidades de dar concesiones a los trabajadores y el pueblo pobre sin tomar medidas de fondo que vayan contra los intereses de los patrones, menos aun después del desastre que provocó Macri en la economía nacional, esta es la herencia que recibe el Frente de Todos.


Los cambios en la realidad
Desde que comenzó la pandemia se sucedieron a grandes rasgos tres momentos claros: El primero es cuando el gobierno ante la posible catástrofe que se aproxima desde lo sanitario, toma una serie de medidas preventivas; la más importante es la cuarentena. Con esto el gobierno se fortalece aumentando su franja de aprobación sumando parte del electorado macrista. Se presenta como un gobierno de unidad nacional. Toma algunas medidas dirigidas a los sectores más pobres; refuerzo de las jubilaciones mínimas, a la AUH y los 10.000 pesos del IFE (ingreso familiar de emergencia). Y otras que favorecen a los patrones: beneficios fiscales (pierde el Estado), reducción de los aportes patronales (salario indirecto pierden los trabajadores).
El segundo momento comienza el 27 de marzo, la gran patronal de la mano de Techint comienza la ofensiva contra el gobierno para que se levanten las restricciones impuestas con la cuarentena y poder trabajar normalmente. El argumento que emplean es que "hay que salvar la economía", es acompañada de una ola de despidos, suspensiones y bajas del salario. El gobierno responde a las presiones con el decreto que prohíbe despidos por 60 días. Alberto dice sin nombrarlo, que Paolo Rocca es un miserable. Desde el 27 de marzo hasta el 6 de abril son días de tensa pulseada entre la patronal y el gobierno.
El tercer momento, se da a partir de la confirmación por parte de Techint de los despidos anunciados, la patronal pasa a la ofensiva. Desde ese momento son todas concesiones a la burguesía y ataque a las masas. Para la patronal, créditos a tasa por debajo de la inflación, excepciones fiscales, el Estado se hace cargo de un porcentaje de los sueldos ahorrándole ese gasto a la patronal. Para el pueblo pobre y los trabajadores la comida en los barrios carenciados la cual no alcanza para solucionar el hambre, los jubilados cada vez están más en la miseria, siguen los despidos, suspensiones y las bajas salariales.

Un gobierno que ladra pero no muerde
A esta altura y por las decisiones tomadas por el gobierno, vemos que Alberto Fernández trata de gobernar en consenso con los sectores más reaccionarios que hay en el país: las transnacionales imperialistas, la oligarquía agropecuaria, la gran burguesía local, el capital financiero internacional, el FMI, los gobernadores que representan a las burguesías locales, el putrefacto aparato del PJ, la Iglesia y la traidora burocracia sindical que se puso de acuerdo rápidamente con la patronal en bajar los sueldos a los trabajadores. Para lograr ese consenso le da millonadas a los explotadores y le saca millonadas a los explotados.
Es cierto que la gran patronal y el macrismo con Larreta a la cabeza son enemigos del gobierno, sobre todo por la influencia que sobre él tiene Cristina, pero su política no es voltearlo sino obligarlo a capitular y desgastarlo políticamente para vencerlo electoralmente. En medio de esta crisis y sobre todo si la economía se va al precipicio cualquier cosa puede pasar, pero no vemos que hoy ocurra eso.
Hay que denunciar todas las decisiones del gobierno que perjudican a los trabajadores y el pueblo pobre. Congelamiento de jubilaciones, rebaja salarial, despidos, en salud y educación, por el pago de la deuda a la medida de los bonistas y todos los beneficios que le da al empresariado. Pero también sin descanso hay que denunciar al gorilaje oligárquico y proimperialistas representados por Juntos por el Cambio.

El intento de unidad nacional y su fracaso
El gobierno de Alberto Fernández sueña con lograr un gobierno de unidad nacional, trata de hacerlo con el "macrismo responsable" (Larreta y los gobernadores radicales), pero ese acuerdo cada día está más en crisis. Sectores de clase media y alta con sus cacerolazos y violaciones masivas del aislamiento se lanzan a la lucha política abierta contra el gobierno. Es una lucha política con miras a las elecciones del año que viene con el objetivo de debilitarlo y prepararse para reemplazarlo en las elecciones de 2023.
Ambos frentes, el Frente de Todos y Cambiemos tienen muchas contradicciones internas que aparecen a cada rato. En el Frente de Todos entre el Kirchnerismo y el Albertismo, por ejemplo sobre salud y seguridad. En Juntos por el Cambio también hay grandes diferencias entre Macri - Bullrich contra Larreta - Vidal por el tema de candidaturas, espionaje macrista, salud etc. También hay grandes diferencias entre gobierno y oposición las más claras es el caso Vicentin (Intervención del ejecutivo vs expropiación).
El elemento nuevo en esta disputa es que la oposición le está ganando la calle al gobierno. Hace rato que empezó con los cacerolazos, las movilizaciones anti cuarentena, primero fue el cacerolazo con bastante repercusión contra la liberación de los presos, luego en las marchas contra la expropiación de Vicentin. Todavía es un proceso embrionario, pero mostró la debilidad del gobierno ya que lo hizo retroceder en varias medidas como en el impuesto a las grandes fortunas, y sobre la expropiación de la cerealera entre otras. El gobierno, kirchnerismo incluido, deja hacer pasivamente y el gorilaje le gana las calles. Esto es peligroso.


Ante esta situación los trabajadores y el pueblo pobre deben comenzar a discutir cómo organizarse en cada fábrica, oficina, escuelas y barrio. Hay que denunciar todas las decisiones del gobierno que perjudican a los trabajadores y el pueblo pobre. Congelamiento de jubilaciones, rebaja salarial, despidos, en salud y educación, por el pago de la deuda a la medida de los bonistas y todos los beneficios que le da al empresariado. Pero también sin descanso hay que denunciar al gorilaje oligárquico y proimperialistas representados por Juntos por el Cambio.

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Estados Unidos: la república democrática donde estalló la rebelión social contra la degradación y la pérdida de derechos civiles



En la república democrática, la riqueza ejerce su poder indirectamente, pero de un modo tanto más seguro, y lo ejerce, en primer lugar, mediante la corrupción directa de los funcionarios (Norteamérica) y, en segundo lugar, mediante la alianza entre el gobierno y la Bolsa…

F. Engels, 1891

En 2003, Estados Unidos impulsó y dirigió la invasión militar a Irak bajo el lema de su lucha por los valores democráticos, con el pretexto de imponer un régimen democrático en lugar de la dictadura autocrática de Saddam Hussein, quien fue acusado de poseer armas de destrucción masiva. Cuando se demostró el engaño de esta información de inteligencia con respecto a las armas, el país ya había sido destruido por la guerra. En medio de una economía absolutamente ineficiente y paupérrima, en Irak la democracia todavía es una deuda. Como lo es también en muchos países aliados a los Estados Unidos, entre ellos Arabia Saudí, aunque estén llenos de petrodólares.
Estados Unidos, «el país de la libertad, la seguridad y los derechos civiles», avanzó con métodos de guerra por todo el mundo, e impuso su propia degradación de la democracia fuera de sus propias fronteras (Irak, Yugoslavia, Afganistán)… y también dentro de ellas.

Estados Unidos, el país de la Coca-Cola, los McDonald’s y Disneylandia, es el país donde dominan las grandes corporaciones, los gigantes financieros de Wall Street, los nuevos «millonarios emprendedores de las empresas tecnológicas y de los fondos de inversión», la banca y los trusts, con un despliegue y un presupuesto militar extraordinarios al servicio de su política colonial.

Un Estado que define quiénes son sus enemigos en el mundo de acuerdo a los intereses de sus megaempresas transnacionales y de su capital financiero. El aparato estatal en los Estados Unidos está al servicio de ese propósito, para imponer sus intereses al del resto del planeta, para dominar, para expoliar las riquezas de los países atrasados y para explotar a millones de trabajadores y oprimir países y minorías.

Bajo la tutela de Trump, Estados Unidos encaró la pandemia del Covid-19 con miles de víctimas por la criminal política oficial de no resguardar la salud pública ni ofrecer asistencia gratuita durante una de las crisis sanitarias más importantes sufridas por la humanidad.

En ese marco, la policía norteamericana mató a George Floyd, a plena luz del día. Mientras lo filmaban los transeúntes le suplicaban que lo dejara mientras el policía presionaba con su rodilla la cabeza de la víctima hasta provocarle la muerte por asfixia. George Floyd no se resistió, y sin embargo toda la fuerza bruta y el sadismo policial fueron desplegados contra él. Horas más tarde se filmaba otro ataque despiadado contra dos jóvenes negros mientras eran sacados a empujones y golpes de un auto en un control policial durante las movilizaciones de repudio por el asesinato de Floyd. La brutal conducta asumida por las omnipresentes fuerzas de seguridad, desde las policías estatal hasta la Guardia Nacional, quedó a la vista de todo el mundo, registrada en centenares de videos difundidos por la televisión y viralizados en las redes sociales.

Bajo el mando del magnate y bravucón Trump, un modelo de ricachón de los años 50, con sus dorados brillantes como emblema, el Estado norteamericano no asume la responsabilidad por las miles de muertes por el Covid-19, en su mayoría negros y latinos, y menos todavía por la brutalidad policial que asesinó Floyd. Y además ordenó el despliegue de la fuerza militar para acallar las voces de millones de ciudadanos que defienden en la calle los derechos civiles y una república democrática que parece inexistente para los negros, los latinos y los trabajadores.

La represión policial, judicial y política ejercida desde un Estado dominado por los blancos y ricos es una de las razones por la que mueren o están presos muchos negros en los Estados Unidos. La otra razón del número de muertes es la pobreza y las enfermedades nacidas de la pobreza y de décadas de injusticias.

El sistema de salud del país de la libertad, se construyó con la libertad que poseen los grandes capitales para crear clínicas, hospitales, centros de asistencia, tratamientos, medicamentos, y hasta el desarrollo de investigaciones científicas al servicio de las ganancias de esos capitales. Pero solo el norteamericano medio puede acceder a él, si puede pagar miles de dólares, y es casi inaccesible para la mayoría de la población más pobre.

Sabrina Strings, una negra que es profesora asociada de Sociología de la Universidad de California en Irvine, en su libro Fearing the Black Body: The Racial Origins of Fat Phobia (El temor al cuerpo negro: los orígenes raciales de la fobia a la gordura)lo dice de forma muy simple

… la época de la esclavitud fue cuando los estadounidenses blancos determinaron que los estadounidenses negros solo necesitaban lo mínimo, lo cual no era suficiente para que se mantuvieran en condiciones óptimas de salud y seguridad. Esto hizo que la gente de color tuviera menos acceso a alimentos sanos, condiciones de trabajo seguras, tratamientos médicos y otras desigualdades sociales más que tienen un impacto negativo en la salud.

Incluso antes de la COVID-19, los estadounidenses negros tenían tasas más altas de enfermedades crónicas múltiples y una menor esperanza de vida que los estadounidenses blancos, independientemente de su peso. Este es un indicador de que nuestras estructuras sociales nos están fallando. Estos fallos —y la consecuente aceptación de la creencia de que el cuerpo negro es particularmente defectuoso— están enraizados en una era vergonzosa de la historia estadounidense que sucedió cientos de años antes de esta pandemia.

A las enfermedades y a la pobreza se suma el abuso policial y estatal contra los negros. La república democrática sirve de escudo para defender de forma más segura las ganancias capitalistas, y por lo tanto reprime a la pobreza y sostiene el odio racial.

Ya en el siglo diecinueve, en el contexto del surgimiento de una fuerza política como fue la socialdemocracia alemana, Engels afirmó que el sufragio universal es el «índice de madurez de la clase obrera», pero agregó que nuestra clase «no puede llegar ni llegará nunca a más en el Estado actual». Engels estaba diciendo que los trabajadores podemos construir partidos obreros sin patrones, como fue en sus orígenes el PT de Lula, e incluso ganar elecciones, pero no podemos avanzar ni un paso más si el Estado sigue bajo la dominación de la clase burguesa, de la clase propietaria de los medios de producción, de las empresas.

Hace unos días, en el acto de homenaje a Floyd, su hermano denunció la acción criminal de los policías y llamó a continuar con la protesta y la movilización, pero en paz y pensando en votar con inteligencia en las próximas elecciones a presidente, que se realizarán en noviembre. Este mensaje, de ejercer el derecho a votar como única arma para luchar contra la injusticia, es lo opuesto a lo que decía Engels, porque presupone que si Trump es derrotado en la urnas puede haber un cambio de fondo.

Desde la Guerra de Secesión (1865) hasta nuestros días, los negros estadounidenses han logrado, muchas veces pagando un alto precio de sangre, torturas y prisión, fundamentales conquistas democráticas: desde la abolición de la esclavitud hasta leyes que establecieron la plena igualdad política y jurídica con el resto de los ciudadanos de Estados Unidos. Pueden votar, pero ese derecho sobrevive en una democracia donde los derechos civiles son pisoteados de forma cotidiana para la inmensa mayoría de norteamericanos. La historia y la realidad de hoy han demostrado que Engels tenía razón: «La clase obrera, no puede llegar ni llegará nunca a más en el Estado actual».

Engels llamó a cambiar de raíz el sistema capitalista, con una democracia que solo da libertad a la clase dominante y a sus fuerzas militares para defender sus intereses. Si el mundo debe cambiar, debe hacerlo de la mano de las mayorías trabajadoras, que necesitan un nuevo Estado, dominado por las mayorías explotadas con democracia obrera y al servicio de la humanidad.

Las máscaras del capitalismo

Desde Marx a la actualidad, la infinidad de máscaras que tratan de esconder las verdaderas lacras del sistema de explotación que rige la economía mundial han crecido en cantidad y métodos sofisticados, todos al servicio de ocultar la verdad.

Pero en las últimas décadas estas máscaras se han multiplicado de forma exponencial. Para ocultar la fealdad de la pobreza, toda su secuela de males y la crueldad manifiesta de la injusticia, para controlar y hacer invisibles las luchas desatadas en todos los países contra la brutalidad patronal y la dictadura del régimen de explotación vigente en todo el planeta.

Tanto las desdichas de las masas populares y la clase obrera como las glorias de sus luchas y valientes rebeliones son ocultadas bajo infinitas capas de máscaras, por direcciones sindicales que negocian lo innegociable, por intelectuales que miran hacia otro lado, por denuncias que quedan en eso, por políticos preocupados por la carrera parlamentaria, por agentes sociales, políticos, sindicales, culturales, religiosos sólo preocupados por que el Estado de los capitalistas defienda sus intereses particulares, que consideran mucho más importantes que las convicciones morales que dicen tener.

La pandemia del COVID-19 expuso la verdadera cara del sistema capitalista-imperialista, y las lacras comenzaron a emerger… No es casual que el asesinato de un negro en la ciudad de Minneapolis haya detonado con tanta fuerza la indignación en el mundo.


Trump y Duque: Su genocida cerco contra Venezuela, y la derrotada agresión militar




La llamaron “operación Gedeón”, que traducido del hebreo significa “Destructor, guerrero poderoso”. Fue la madrugada del pasado 3 de mayo cuando, zarpando desde Colombia, agredieron militarmente a Venezuela intentando desembarcar en las costas de Macuto en el estado La Guaira, y en el municipio Santiago Mariño del estado Aragua. Según el plan ideado desde Miami y Bogotá, esta sería la avanzada de 300 mercenarios que una vez adentro de territorio venezolano recibirían apoyo bélico de Estados Unidos, buscarían dividir y concitar apoyo dentro de las fuerzas armadas venezolanas, derrocar a Maduro y entregárselo encadenado a Trump. Así el títere de los yanquis, el amigote del uribista Duque, el protegido por la paramilitar y genocida banda de los Rastrojos, el señor Guaidó, accedería (por fin) al poder, “liberando” a Venezuela.

La prensa colombiana difundió la noticia colocando todo su poder manipulador en buscar desviar la atención sobre el hecho fundamental. Se dedicaron entonces a señalar que la “Gedeón” fue una operación “suicida”, “ridícula”, “descabellada”, “ingenua”, “absurda”. Se hicieron así eco de la forma como Trump buscó zafarse de toda responsabilidad, diciendo que su gobierno nunca haría una invasión “tan mal planeada”. De esta manera buscaron evitar colocar en el centro lo fundamental: que desde territorio colombiano se acababa de propinar una directa agresión militar contra la hermana República de Venezuela. Todo bajo la dirección de una empresa yanqui, con la participación directa de mercenarios entrenados por las fuerzas especiales del Ejército de los Estados Unidos (caso de Airan Seth) y por los equipos Mar, Aire y Tierra de la Armada de los Estados Unidos o SEAL (caso de Luke Deman). También con la participación del siniestro JJ Rendón, el mismos que asesoró a Uribe en la campaña del “No”. En buena hora Airan y Luke fueron detenidos por Venezuela, y la operación derrotada.

Duque busca pasar de agache, cuando en realidad le cabe toda la responsabilidad política en esta agresión militar a la soberanía de un país hermano. Con su política uribista y pro-yanqui contra Venezuela ha auspiciado y promovido todo tipo de violaciones a la soberanía venezolana. Recordemos el fallido intento de violentarla con el uso oportunista y cínico de una falsa “ayuda humanitaria” que junto con Piñera de Chile, Guaidó, y con la colaboración de Los Rastrojo, intentaron con la operación de los camiones que pretendieron meter en territorio venezolano a comienzos del 2019. Agresión también derrotada por la República Bolivariana.

Es un hecho que en Colombia ya no sólo hay bases militares yanquis el servicio de aquello de que “todas las opciones” están abiertas contra Venezuela, como lo han proclamado Trump y Pompeo. También hay bases militares de mercenarios y ex militares venezolanos que traicionaron a su patria, y colocándose al servicio del amo yanqui y de las oligarquías venezolanas y colombianas, se entrenan militarmente en nuestro territorio y conspiran permanentemente para atacar militarmente a Venezuela. Todo bajo el patrocinio y bajo la política del Gobierno uribista de Duque. Y como ha quedado totalmente claro con la tal “operación Gedeón”, con el apoyo activo de narcotraficantes y paramilitares colombianos: además de Los Rastrojo, está el caso del narcotraficante de La Guajira, Elkin Javier López Torres, alias Doble Rueda. De paso quedaron en evidencia, una vez más, las raíces sociales y políticas del uribismo y de su gobierno en esa casta narco paramilitar y terrateniente que, además, está detrás del asesinato de líderes y lideresas sociales.

Y todo esto lo orquestan Trump y Duque justo cuando Venezuela, como todos los países del mundo, sufre los daños causados por el COVID-19. Sólo que en el caso venezolano esto ocurre en un país debilitado y golpeado duramente por las sanciones, ataques, el bloqueo económico que viene de años atrás[i], y el reciente bloque militar-naval impuesto por el imperialismo.

Con estos ataques criminales los yanquis buscan destruir todo rastro del legítimo derecho de los pueblos latinoamericanos, y en particular del venezolano, a ejercer su soberanía nacional; buscan volver a rapiñar la riqueza del país, y para eso pretenden reinstalar en el poder a la vieja oligarquía lacaya, la misma que durante el Caracazo no vaciló en masacrar al pueblo de Venezuela.

Trump, Duque y todos los de su calaña se ensañan así contra el pueblo y la nación de Venezuela, de manera que no merece otro calificativo más que genocida. Y como si faltara una muestra más de la crueldad, justo ahora Trump se empeña en impedir la llegada de buques iraníes que le llevan gasolina a Venezuela, en momentos que la necesita con urgencia.

Pero, por lo pronto, el “poderoso guerrero”, el “Gedeón”, fue aplastado por una legítima y contundente acción militar del Ejército, de la Armada y de la Policía Nacional Bolivarianas, que garantizaron así la defensa de la soberanía venezolana. Todos quienes estamos del lado de la defensa de la soberanía nacional de los países oprimidos y en contra de las agresiones de que son víctimas por parte del imperialismo, saludamos este triunfo del pueblo, de las fuerzas armadas y del Gobierno de Venezuela.

Cacerolazoenlinea

23 de mayo del 2020


REFERENCIAS:

[i] “La escalada del imperialismo contera Venezuela no cesa, desde el fracasado intento de golpe de estado en el 2002 contra Chávez, pasando la orden ejecutiva del “democrático” Obama declarando a Venezuela como una “amenaza extraordinaria e inusual a la seguridad nacional y política exterior estadunidenses”, el genocida bloqueo que ha causado el desplazamiento de 4 millones de venezolanos según datos de ACNUR, y ha supuesto pérdidas de 350.000 millones de dólares en producción de bienes y servicios entre 2013 y 2017, lo que equivale a entre 8.400 y 12.100 dólares por cada venezolano o al Producto Interior Bruto (PIB) de aproximadamente un año y medio”. Tomado de cacerolazoenlinea.blogspot.com: “Declaración contra la agresión imperialista a Venezuela con participación del gobierno de Duque”.

DECLARACIÓN

 

CONTRA LA AGRESIÓN IMPERIALISTA A VENEZUELA CON PARTICIPACIÓN DEL GOBIERNO DE DUQUE


Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miseria a nombre de la libertad.

 

Simón Bolívar (1783-1830)


 







En medio de miles de muertos y millones de contagiados por el CODIV 19, el gobierno de Donald Trump ha decidido desplegar un gigantesco operativo militar sobre las costas del hermano país de Venezuela, con el argumento de “combate al narcotráfico”. Esta acción del imperialismo más poderoso del planeta, en momentos en los cuales las naciones necesitarían unir esfuerzos para salvar vidas y enfrentar la pandemia, devela la crisis de un sistema que se alimenta del olor nauseabundo de la destrucción y la guerra.




Esta agresión militar se da luego de que el régimen yanqui imputó cargos por “narcotráfico” y ofreció millonarias “recompensas” contra Maduro y otros altos mandos venezolanos. Así pretenden, además, disfrazar el ataque con el manto de una “operación antinarcóticos”. Como si no fuera que el gran negocio capitalista de los narcóticos se da fronteras adentro de Estados Unidos, y que del mismo se beneficia especialmente la gran banca imperialista.




Estados Unidos es por hoy uno de los principales productores de marihuana, cuyas ventas ascendieron a casi 9.000 millones de dólares y se estima que para el 2021 las ventas alcanzarán los 21.000 millones de dólares, según Tom Adams, director de BDS Analytics, que hace seguimiento a la industria del cannabis. 1En un artículo de James Petras titulado “How Drug Profits saved Capitalism" plantea que “los beneficios de la droga, en el sentido más básico, se aseguran mediante la capacidad de los cárteles de lavar y transferir miles de millones de dólares al sistema bancario norteamericano. De acuerdo con los registros del Departamento de Justicia norteamericano, un banco sólo, el Wachovia Bank (propiedad hoy de Wells Fargo), lavó 378.300 millones de dólares entre el 1 de mayo de 2004 y el 31 de mayo de 2007 (The Guardian, 11 de mayo de 2011). Todos los bancos principales de los EE. UU. han hecho de socios financieros activos de los cárteles asesinos de la droga.”2




El guion del “combate al narcotráfico” nos recuerda el cuento usado por Bush sobre las “armas químicas y de destrucción masiva” de Sadam Husseim, que le valió el apoyo del imperialismo mundial y de las burguesías lacayas como la colombiana. Pero luego las tales “armas de destrucción masiva” no aparecieron por ninguna parte, pero el país sí quedó destruido y su petróleo fue saqueado.




La guerra contra las drogas se ha convertido en el vehículo principal de colonización y militarización de América Latina. Un vehículo financiado e impulsado por el gobierno norteamericano y alimentado por una combinación de falsa moral e hipocresía. Para la muestra un botón, Colombia, el primer país productor de coca, es hoy con 12 bases militares gringas en su territorio, la punta de lanza del imperialismo contra los pueblos de América Latina, en especial contra Venezuela.




Está en curso una de las mayores crisis que ha enfrentado la humanidad: La combinación de una pandemia que ya ha matado a más de 100.000 personas y contagiado a más de un millón y medio, con una crisis económica que podría conducir a una depresión peor que la del 30. Este contexto hace que la decisión de Trump de agredir ahora a Venezuela sea vista como lo que es, un acto de brutal piratería.




No caigamos en el engaño del discurso “en defensa de la democracia” y “contra los narcóticos”, el fondo de la decisión del imperialismo yanqui es incrementar la presencia militar en la región con el fin de asegurar sus intereses hegemónicos en el hemisferio, eliminar todo atisbo de independencia destruyendo el régimen chavista en Venezuela perpetuar su dominio sobre los inmensos recursos económicos de América Latina y el Caribe, hoy en franca disputa con potencias emergentes como China y Rusia. Hoy a Estados Unidos le interesa reforzar más aún su control y opresión sobre América Latina cuando se dispone, junto con todos los burgueses, a hacerle pagar a los trabajadores y a los pobres los platos rotos por la pandemia y por la crisis de su economía capitalista.




Como se denunció desde Cuba: “El Comando Sur norteamericano, en marzo del 2018, hizo pública una información sobre su estrategia para nuestra región en los próximos diez años, los principales «peligros» o «amenazas» identificadas y el modo de enfrentarlas. Así mencionó a Cuba, Venezuela, Bolivia, «la lucha contra el narcotráfico», redes ilícitas regionales y transnacionales, mayor presencia de China, Rusia e Irán en América Latina y el Caribe…”3




La escalada del imperialismo contera Venezuela no cesa, desde el fracasado intento de golpe de estado en el 2002 contra Chávez, pasando la orden ejecutiva del “democrático” Obama declarando a Venezuela como una “amenaza extraordinaria e inusual a la seguridad nacional y política exterior estadunidenses”, el genocida bloqueo que ha causado el desplazamiento de 4 millones de venezolanos según datos de ACNUR, y ha supuesto pérdidas de 350.000 millones de dólares en producción de bienes y servicios entre 2013 y 2017, lo que equivale a entre 8.400 y 12.100 dólares por cada venezolano o al Producto Interior Bruto (PIB) de aproximadamente un año y medio.4




Detrás de la campaña yanqui contra Venezuela hay razones geoestratégicas. El amo del norte jamás perdonó ni perdonará a los gobiernos responsables del fracaso del ALCA, (Tratado colonizante de libre comercio), a los gobiernos que promovieron la integración latinoamericana, centroamericana y caribeña contra los dictados de Washington. Las campañas contra los gobiernos de Chávez y Maduro, contra Evo Morales, Rafael Correa, los Kirchner, Daniel Ortega, Dilma Rousseff y Lula tiene el trasfondo de erradicar esos “malos ejemplos” de gobiernos que independizaban a sus países del imperio y que usaron gran parte de los recursos derivados del auge de las materias primas, para armar un entramado de bienestar social, brindando vivienda, salud y educación a los sectores más necesitados de la población.




La política de Estado del conjunto de la oligarquía yanqui para recuperar su dominación sobre América Latina, concentra en Donald Trump y su gobierno, la faceta más criminal. Al genocida bloqueo y las ilegales sanciones contra el pueblo venezolano, Trump ordena una escalada militar, con el desplazamiento de poderosos barcos de guerra, aviones espía y miles de tropas estadounidenses, cerca de las costas de Venezuela.



Estados Unidos con más de medio millón de contagiados, cerca de 20.000 muertos en su mayoría de la comunidad latina y afrodescendiente,5 es hoy el epicentro de la pandemia, por eso, esta ofensiva militar, empieza a ser duramente cuestionada en su interior, como una forma de ocultar la “mortal mala gestión”6 del gobierno frente al COVID 19, siendo la demostración más dramática de un sistema decadente y putrefacto que debe ser erradicado antes de que nos conduzca a la barbarie.




Estados Unidos, como bien lo pronosticó el libertador Simón Bolívar, continuará si no lo impedimos con su rol de gendarme colonizador violando cada vez que la plazca la soberanía nacional de los pueblos de América Latina y del mundo.



Como buen lacayo Duque no tardó en apoyar la agresión, y anunciar la participación junto con otros 23 países en la quinta fase de la llamada Operación Orión, que más allá del pretexto de la lucha contra el narcotráfico, constituye realmente la participación de Colombia en la agresión militar contra Venezuela. El apoyo a esta demencial acción dada por el gobierno de Iván Duque, pone sobre el tapete el papel servil que históricamente ha desempeñado la oligarquía colombiana, al colocar al país como portaviones del imperialismo en América Latina.




Duque tiene el cinismo de sumarse al ataque yanqui a Maduro por “narcotraficante” cuando a ojos de todos los colombianos quedó claro que para llegar al gobierno este gobierno contó con el apoyo activo de narcos como el Ñeñe Hernández así como lo hiciera en el pasado reciente su mentor Álvaro Uribe. Habla del combate al narcotráfico, cuando no dudo en apoyarse en el grupo narco paramilitar de los rastrojos para que el autoproclamado Guaidó cruzara la frontera para atacar a Venezuela.




Para los trabajadores y pueblo pobre de Colombia, esta posición del gobierno uribista de Iván Duque que pretende conducirnos a una guerra con nuestro hermano pueblo de Venezuela es sencillamente un acto criminal, como lo es el sistemático asesinato de líderes y lideresas sociales, que bajo su nuevo gobierno se ha disparado. Criminal fue no cerrar el aeropuerto el Dorado a tiempo para contener los contagios importados. Y si de atacar a alguien por criminal se trata, qué decir del uribismo que fue gestor de la ley 100 cuyo resultado es la destrucción del sistema de salud pública en Colombia, creador de EPS – IPS que hoy se enriquecen con la salud de los colombianos, que sobre explota a los médicos y paramédicos con contratos precarios, y ahora los conduce a la muerte sin mecanismos de protección para enfrentar la pandemia. Criminal es no garantizar a las familias pobres condiciones dignas de alimentación y vivienda para hacer la cuarentena. Criminal es estar facilitando a los capitalista la reapertura de empresas, para que puedan seguir obteniendo ganancias con la explotación de los trabajadores, así eso signifique llevar al matadero de la pandemia al trabajador y su familia.




La exigencia del cese inmediato de toda acción bélica contra Venezuela, el levantamiento del brutal bloqueo contra su pueblo, así como el respeto a la soberanía de los pueblos, debe ser la posición de todos los trabajadores, demócratas y luchadores revolucionarios del continente y del mundo. Quien no se coloque del lado del pueblo agredido contra el imperialismo agresor y sus cómplices, quien no esté por la derrota de los ejércitos invasores, en este caso el colombiano, pasara al basurero de la historia como el traidor a la causa de la libertad.




Saludamos a todos aquellos que se han pronunciado contra esta nueva agresión, a los miembros del parlamento colombiano que han pedido explicaciones a Duque por su apoyo al gobierno yanqui, a los compañeros de la CUT y demás sectores políticos y sindicales que han repudiado esta acción.




La escalada de Estados Unidos contra Venezuela exige ir más allá; resulta urgente que la CUT y el Comité Nacional de Paro encabecen el llamado a la más amplia unidad de acción con todos aquellos que acuerden en rechazar la agresión imperialista a Venezuela, en defender su soberanía, y en repudiar que el gobierno uribista de Duque comprometa a Colombia en tal ataque a una nación hermana.




¡Retiro inmediato de las fuerzas desplegados por el ejército yanqui sobre las costas venezolana!
¡Cese del criminal bloqueo y de las sanciones ilegales contra Venezuela y Cuba!
 ¡Suspensión por parte del gobierno colombiano de toda maniobra que atente contra la soberanía de Venezuela!
¡Retiro de las doce bases militares de yanquis del territorio colombiano!
Retiro inmediato de Colombia de la llamada Operación Orión, y uso ya de esos recursos económicos y logísticos para enfrentar la pandemia, dar alimentación a la población más pobre mientras esta dure, pagar salarios adeudados a personal médico y paramédico, y dotarlos de recursos requeridos para sus labores.



Referencias



1. https://cnnespanol.cnn.com/2018/02/01/marihuana-legal-estados-unidos-industria-auge/



2. https://www.sinpermiso.info/textos/el-papel-de-wall-street-en-el-narcotrfico-negocio-boyante



3. http://www.granma.cu/mundo/2018-08-09/bases-militares-de-eeuu-en-america-latina-y-el-caribe-el-plan-suramerica-09-08-2018-17-08-04



4. https://actualidad.rt.com/actualidad/305334-consecuencias-economicas-bloqueo-financiero-venezuela



5. https://elpais.com/sociedad/2020-04-09/el-coronavirus-mata-mas-a-los-hispanos-en-nueva-york.html



6. https://www.newsweek.com/trump-administration-drug-venezuela-operation-distract-coronavirus-1496044?em



EL CACEROLAZO en línea

Abril 12 del 2020

 

EL ETERNO PROBLEMA DE LA DEUDA EXTERNA





La emergencia por el COVID-19 ha desnudado las voraces garras del capitalismo, la miseria, el hambre y los precarios sistemas de salud que llevan a la muerte a los más pobres y lanzan al contagio a millones de trabajadores, son los primeros signos en salir a flote.  En medio de esto, también observamos titulares como el de los billones y billones de dólares que se pagan al FMI al BM desde los países de Latinoamérica, el primero en darse a conocer, el pago de Ecuador:

“A través de su cuenta de Twitter, ayer, jueves 17 de abril del 2020, Richard Martínez, Ministro de Finanzas de Ecuador señaló: “es falso que hayamos sido el único país en cancelar deuda en marzo. Otros 20 países emergentes lo hicieron para evitar el default, que habría significado cierre de financiamiento al país y a sus privados, congelamiento de activos y bloqueo de cuentas en el exterior”.

“El Ministro aclaró que la decisión de pagar USD 326 millones de capital de bonos el pasado 24 de marzo del 2020 permitió a Ecuador conseguir un acuerdo con acreedores internacionales, para aplazar el pago de USD 811 millones en intereses de otra deuda en bonos. Ese acuerdo se confirmó ayer, 17 de abril, por la tarde”.

Y esta declaración la hizo en medio de reclamos de la población que se encuentra atravesando lo más cruel de los contagios en Guayaquil. La indignación que genera no es para menos, debemos cuestionar que se paguen billones de dólares a los fondos del imperialismo, mientras en las calles muere gente por el COVID-19 o por el hambre.

Así que no es cierto que no haya plata para la gente, ni lógico que en el caso colombiano solo se destinen en total 2 billones de pesos para la ayuda a la población vulnerable (y que no alcanza para la mayoría), mientras se abonan mensualmente 2,16 billones a la banca de los países ricos.   

DINERO SI HAY Y ESTÁ SIENDO ENTREGADO A LOS BANCOS Y ENTIDADES FINANCIERAS DE LOS IMPERIALISMOS.

EN CIFRAS, ¿CÓMO ESTA COLOMBIA CON LA DEUDA?

Colombia es uno de los países más endeudados del continente, en enero de 2020 la deuda externa alcanzó los USD 140.060 millones siendo la más alta en 24 años, a esto se le suman USD 14.000 millones solicitados por Duque amparándose en la emergencia sanitaria. Teniendo en cuenta la acelerada devaluación del peso frente al dólar, la deuda externa corresponde al 54% del PIB, es decir, más de la mitad de la riqueza que se produce en el país (superamos el promedio de América Latina de 43,2% en relación a los presupuestos de pago al FMI) y tomará un 28% del presupuesto nacional para abonar a la deuda, cifra que se va exclusivamente a los bancos imperialistas (según cálculos del Ministerio de Hacienda, Colombia es una economía de 1.200 billones de pesos).

Los créditos que se solicitan al BM y FMI no son para aliviar las condiciones extremas de hambre y salud de los trabajadores, tampoco se han visto reflejados en la atención a la salud y alimentación de los más pobres afectados por el aislamiento, ni para equipar los hospitales con los elementos necesarios para atender la contingencia y menos para dotar a los trabajadores de la salud de elementos de bioseguridad, sino que son tomados para el rescate de  los grandes conglomerados bancarios e industriales.  Duque pidió prestados al FMI y a las bancas multilaterales USD 14.000 millones que representan algo más de 56 billones de pesos, pero para supuestamente ayudar a una porción de los más pobres sólo destinó 2 billones de pesos, lo que equivale tan sólo al 3,57 % de lo solicitado en préstamo. La compra de mercaditos se la adjudica a las grandes cadenas de supermercados y por si fuera poco, con precios inflados, es decir, se están robando la “ayuda a los pobres”; muchos de ellos aún esperan “el mercadito”.

¿A QUÉ SE VA A DESTINAR ESE DINERO ESPECÍFICAMENTE?

“Los 3.000 millones de dólares atenderán necesidades presupuestales y de la emergencia, porque hemos visto reducidos nuestros ingresos. Y los 11.000 millones de dólares son para que el emisor pueda dotar de liquidez a todo el sistema financiero en general y tener recursos líquidos si se llegan a requerir” .
Pero la deuda crece y crece porque el 50% de lo que se paga se va en intereses, de tal modo que la deuda nunca se reduce: “En el presupuesto para el próximo año se eliminan subsidios y se reduce el gasto en áreas importantes para la población”, explica el docente Daniel libreros de la Universidad Nacional, y destaca que “en 2020 el presupuesto nacional será de 271 billones de pesos, de los cuales casi 60 billones son para deuda, de los cuales 30 billones son solo intereses, una cifra que, de lejos, es el rubro más importante de este” .

Así mismo el profesor Daniel Libreros, considera que la situación actual del dólar también influye en que el endeudamiento siga su curso sin que se llegue a saldar.
Esta deuda somete al país a los mandatos de Estados Unidos y sus agencias económicas, da ganancias a la burguesía financiera, explotación y hambre a los trabajadores ya que se pagará con nuevas reformas laborales e impuestos.

¿QUÉ DECIMOS NOSOTROS?

Decimos NO al pago de la deuda externa, que sólo para este año los abonos ascienden a 26 billones de pesos; y que ese dinero sea usado para financiar el plan de emergencia, alimentación, pago de servicios públicos y arriendos de los más vulnerables, fortalecimiento del sistema de salud, apertura de hospitales que fueron cerrados tras la nefasta ley 100, inversión en materiales y pago de profesionales que construyen respiradores artificiales desde las universidades y fábricas. Y muy importante: para garantizar una renta básica igual a un salario mínimo legal a todos los desempleados y trabajadores informales que por la cuarentena general y la crisis se queden sin ingresos.

Para evitar el contagio del COVID-19 es indispensable poner los recursos del estado al servicio de los trabajadores y el pueblo pobre. Pagar la deuda externa es una decisión del gobierno de condenar a la muerte y la miseria a grandes capas de la población. El problema de los recursos es político, ¿a quiénes quieren salvar, a los bancos o a las personas?
El dinero que se necesita para fortalecer la salud y dar alivio a los trabajadores, está siendo enviado al pago de una deuda que nunca disminuye a pesar de pagar y pagar a los bancos de países imperialistas.


Referencias


2. https://www.eltiempo.com/unidad-investigativa/colombia-pide-creditos-por-14-000-millones-de-dolares-482248

3. Artículo publicado el 26 de Agosto de 2019 https://unperiodico.unal.edu.co/pages/detail/intereses-culpables-de-que-la-deuda-externa-nunca-disminuya/, valor del dólar 3.447 pesos.


  NUEVA YORK EN EL FOCO DE LA PANDEMIA



El escenario principal de las finanzas mundiales absolutamente paralizado por la cuarentena, el caos sanitario y el crecimiento exponencial de las muertes. Con el transcurrir de los días y el traslado de los focos de contagio de un continente a otro, la gravedad de los hechos desacredita discursos, previsiones y análisis políticos y económicos.

Tanto las estimaciones improvisadas del primer ministro británico Boris Jhonnson, en estos días hospitalizado, como los atropellados y patéticos mensajes de Trump ya han sido desvirtuados por la cantidad de muertes que se producen en las ciudades de los países más ricos del planeta. La única vacuna contra el COVID-19 es precisamente cerrar la economía, paralizar la actividad y la circulación, en particular en los más importantes y desarrollados conglomerados urbanos. Todo lo opuesto a la prédica pública de estos líderes políticos.

Anthony Fauci, el director del National Institute of Allergy and Infectious Diseases (Instituto Nacional de Enfermedades Alérgicas e Infecciosas), luego de pelear contra la política y las sectas religiosas que dominan la Casa Blanca, prevé un escenario catastrófico en relación a la cantidad de muertes en su país, un pronóstico defendido por el excandidato Bernie Sanders, quien recientemente afirmó: “Será en la escala de una gran guerra. Nadie sabe cuántas muertes tendremos pero podrían igualar o superar las víctimas estadounidenses que vimos en la Segunda Guerra Mundial”. 

Estados Unidos es un país donde creció la desigualdad de forma extraordinaria, producto de la concentración de la riqueza en muy pocos, y donde multimillonarios como Bill Gates, Jeff Bezos y Warren Buffett ganan más plata que la suma de lo que reciben los 80 millones de la población menos favorecida del país, de un total de unos 160 millones. En la “tierra de las oportunidades”, 38 millones de ciudadanos viven por debajo del umbral de pobreza, unos 15 millones de hogares sufren precariedad alimentaria y hay más de medio millón sin techo. Estos son los sectores sociales que ahora sufrirán más las penalidades de la pandemia.

A los sistemas de salud ineficientes, dominados por el negocio farmacéutico y de la medicina en general, se suma la falta de una coordinación científica y apoyo financiero efectivos a nivel internacional, agudizados por el cierre unilateral de fronteras y la guerra por el acaparamiento de insumos. En centros urbanos como Nueva York o Chicago, la situación se agrava por la desigualdad y la marginalidad. Allí abundan los empleos de la economía informal, y las poblaciones latina y afroamericana se convierten en las principales víctimas. Son las destinatarias de tareas imprescindibles como atención sanitaria, limpieza, mantenimiento, empleos en supermercados, transporte público, comercio, transporte de alimentos, etcétera.

La pandemia encontró en las ciudades el campo de batalla adecuado para propagarse, sorprendió a la estructura social y sanitaria, y avanza en medio del caos. La comunidad afroamericana sufre los peores embates debido también a enfermedades subyacentes vinculadas a la pobreza (diabetes, deficiencias cardíacas y pulmonares) y a la falta de recursos para recibir atención médica. Los números son elocuentes, el 70 ciento de las víctimas en la ciudad de Chicago son afroamericanos, que solo constituyen el 30 por ciento de la población.

El panorama no es mejor para el futuro de la economía, donde se estima, entre otras posibilidades, el probable estallido de una crisis financiera a nivel mundial, además las cifras que se manejan entre los economistas indicarían el desencadenamiento de una tormenta perfecta: sufrir una depresión peor que la de 1930.

Los gobiernos de las principales potencias se venían preparando para “resolver” la crisis económica en otro terreno. Apenas un año atrás, Donald Trump aumentó la inversión en Defensa un 4,6% respecto a 2018, hasta alcanzar su máximo histórico: 649.000 millones de dólares, un 36% del total mundial. Estados Unidos mantiene en el extranjero más de 800 bases militares, repartidas en más de 40 países. También compite con Rusia y China por el desarrollo de nuevo armamento, como los misiles hipersónicos, que convertirían en ineficientes los actuales sistemas de defensa.

Pero las inversiones en el presupuesto de Defensa, que le sirvieron para oprimir y sojuzgar otros países, en nuestra región, en Oriente Medio y en otros puntos del planeta, no son útiles para combatir este nuevo enemigo. Ni siquiera el entrenamiento y experiencia logrados en el terreno militar le sirven para que sus máximos expertos en tácticas y estrategias de guerra planifiquen cómo terminar con la propagación del COVID-19.

Cualquier militar puede entender que desde el punto de vista táctico es una batalla perdida, porque el enemigo (el virus) atacó por sorpresa, elige los teatros de operaciones y la letalidad de los ataques; en definitiva, porque nadie sabe cómo ni cuándo ni con qué medios combate. Pero también sabe que con una planificación estratégica se logra la victoria, una planificación como la recomendada por el mundo científico, que tienen experiencia en el combate contra los virus.

Para la estrategia, ese militar debería saber que cuenta con una existencia importante de reservas, que son las personas, y que se deben proteger hasta que el virus, que sólo se reproduce dentro de las personas, no se pueda seguir propagando. A esas reservas hay que quitarlas de circulación para que no se conviertan en nuevos teatros de operaciones del COVID-19, en sus nuevos medios de contagio. Si quedan recluidas, si no transitan en las calles, si no se aglomeran en ninguna parte, se podrán perder batallas tácticas pero se ganará la guerra.

Por eso la eficacia de la estrategia está en la cuarentena, y cuánto más estricta sea, más rápido y con menos bajas se alcanzará la victoria contra el virus. Ese escenario ideal de autoaislamiento sería efectivo además, si las reservas estuvieran bien equipadas, pero un gran porcentaje de la población no está en condiciones económicas ni físicas.

Estados Unidos, que gasta en las fuerzas de destrucción más recursos que en salud, en medio del combate contra la pandemia levantó las banderas del “sálvese quien pueda”… y así le fue.


La batalla contra el COVID-19 cambió todo

Los contagios y las muertes por el COVID-19 se multiplican en cada continente, mientras las bolsas caen, se rompen las cadenas de suministros, el precio del petróleo y de las materias primas se desbarranca, y una depresión mundial anuncia su desembarco. Este coronavirus tiene el mundo capitalista a sus pies: la batalla eficaz contra él no solo «cuestiona la libertad de mercado», también al «opio» de las religiones, hoy la ciencia subió al pedestal del cual nunca debería haber bajado. Cuestiona todos y cada uno de los principios sobre los que se basó el sistema económico capitalista-imperialista y el régimen democrático burgués con sus consecuencias trágicas para un creciente sector de la población mundial. La mayoría de la población trabajadora perdió derechos básicos para la vida, las condiciones esenciales para prevención de enfermedades y enfrentar pandemias: el derecho a la vivienda y al hábitat saludable, el derecho a la nutrición (no es lo mismo que paliar el hambre) y el derecho al ocio.

Una crisis sanitaria y social de incalculables consecuencias cuya resolución queda en manos de los científicos cuyo papel es de incalculable valor, pero también de líderes políticos que aplicaron, de forma reiterada, brutal e irresponsable, políticas de austeridad que afectaron los planes de salud y llevaron a la destrucción los sistemas de seguridad social. Por crisis de 2008, destinaron fondos públicos a los bancos para salvarlos, para evitar un colapso financiero mundial, en 2015, más de 56 países habían recortado sus presupuestos de salud sin medir las consecuencias. A la vez, no ejercieron regulación ni control para la industria farmacéutica, al contrario el negocio de las drogas y de los tratamientos médicos para las enfermedades crónicas, fue creciendo en ganancias siderales para sus dueños y en menor eficacia. De conjunto el multimillonario negocio de la medicina privada creció a la par del creciente deterioro que impide cubrir las necesidades de salud de la mayoría de la población y contar con verdaderas políticas de prevención.

En medio de una crisis de esta magnitud en la que está en juego la salud de millones, las masas populares y la clase obrera que debemos afrontar la baja constante del nivel de vida, deberemos también batallar contra esta epidemia bajo el imperio de las leyes capitalistas limitadas a las fronteras nacionales, a la propiedad privada y a un sistema de explotación del trabajo.

El virus atraviesa todos esos límites, se necesitaría una dirección mundial que ejecutara políticas globales no en función de los monopolios y de la oligarquía financiera sino en función de las necesidades sociales, o sea bajo otros principios opuestos al capitalismo, una dirección obrera y socialista. Cualquiera de estos organismos que el sistema capitalista-imperialista fue creando para pintarse de humanista, como la OMS (organización mundial de la salud) aunque se nutra de científicos e investigadores capaces, solo puede hacer recomendaciones, y dentro de los límites que le imponen los intereses del negocio multimillonario de la industria farmacéutica y de la salud. Y para colmo de males muchos de los gobiernos ni siquiera escuchan sus recomendaciones.

La patronal y los grandes capitales financian con millones de dólares las campañas electorales para que sus candidatos políticos triunfen y gobiernen a su servicio, así en Estados Unidos llegó al poder Trump, un verdadero hombre de negocios disfrazado de político, que por ejemplo, disolvió en 2018 el equipo de Dirección de Seguridad Sanitaria global y biodefensa (National Security Council), creada después del brote de ébola de 2014, y despidió un número importante de trabajadores dedicados a la investigación y tratamiento de las pandemias globales con el solo argumento de «No me gusta tener a miles de personas cerca cuando no se necesitan. Cuando las necesitemos, podremos recuperarlas muy rápidamente».

Cruzando el Atlántico otro líder deleznable como Boris Johnson ejerce de primer ministro en el viejo imperio. Al mismo tiempo que la OMS declaraba Europa epicentro de la pandemia Jhonson decidió prescindir de medidas de protección para la población y contención del virus. Desoyó los reclamos de políticos y científicos de Gran Bretaña. Johnson optó por salvar «la economía» no a los ingleses y menos todavía a la mayoría trabajadora y sectores medios bajos que dependen de un servicio de salud lamentable -hoy yace en una cama de la UCI del Hospital Saint Thomas-. Un país que supo ser un ejemplo del mundo occidental, con el NHS servicio nacional de salud, creado en 1948 bajo el principio de que la atención médica nace de la necesidad de esta y no de la capacidad de pago de cada individuo. El NHS sufre desde fines de los 70 las políticas de privatización de las administraciones laboristas y de las conservadoras que fueron socavando el sistema hasta casi destruirlo. El actual gobierno británico en medio de la emergencia de la pandemia, aplicará el principio inverso: aquellos que tienen capacidad de pago podrá atenderse, en una estúpida y también criminal política que no impedirá tampoco, salvar al país de un probable colapso financiero mundial.

¿Qué podemos esperar de Macron?, «el joven y brillante» presidente de Francia, que desembarcó en el poder para aplicar un plan de destrucción del sistema de pensiones y seguridad social francés. Ante el estallido de la crisis epidemiológica no hizo lo recomendado por la OMS, no postergó las elecciones municipales del domingo 15 de marzo. Para este ex gerente de la banca Rothschild, que supo celebrar costosos banquetes para financiar su campaña a la presidencia, decidió no dejar librado su futuro político a un virus que solo mata a las personas mayores (que son además una carga económica para el Estado). Optó por la defensa de «la democracia francesa» que «nunca en la historia de la V República (desde 1958) sufrió la postergación de alguna elección». Para Macron no hubo COVID-19 que le impidiera intervenir en esta batalla electoral ni tampoco se doblegó ante el número creciente de muertes. 

¿Qué podemos esperar de toda la clase política italiana? Más allá del actual primer ministro de turno, el dato importante es que ese país tiene debilitado al máximo su sistema de salud pública, durante los últimos 10 años sufrió un ajuste tras otro, al compás del crecimiento de la deuda externa después del 2008, significó el despido de miles de trabajadores desde investigadores hasta personal médico y asistencial.

Para ver el alcance y las consecuencias inevitables de esta pandemia en pleno desarrollo debemos comenzar por entender sus causas. La primera es la vigencia del capitalismo, la dominación de la economía mundial por un sistema de explotación y colonización del mundo. Donde la economía capitalista más rica del planeta, los Estados Unidos no tiene plan de salud pública, y en manos privadas y de los monopolios solo ofrece condiciones para la propagación del problema.

Para los trabajadores y clase media norteamericana no solo se agrava la situación por la falta de un seguro médico adecuado sino también por el sistema laboral donde no existe la licencia paga por enfermedad. Según el economista Joseph Stiglitz, durante el gobierno de Trump, las tasas de morbilidad y de mortalidad fueron en aumento, y unos 37 millones de personas regularmente padecen hambre en la economía más rica y desarrollada del planeta. Según el New York Times, 380.000 pacientes de residencias de ancianos mueren cada año por infecciones virósicas mal controladas.

Estados Unidos es la prueba empírica de cómo una clase social, la burguesía, en su agonía, y entendiendo que está constituida por distintos sectores con profundas contradicciones y diferencias, cada vez más ejerce el poder para el sometimiento de los sectores asalariados y de los países, a la vez una clase social casi absolutamente parasitaria pero que se vuelve más peligrosa para la paz mundial, porque tiene capacidad de desatar las guerras más brutales si ve en peligro el dominio de sus monopolios, de sus propiedades, sus fortunas y privilegios y fundamentalmente de su poder.

Pero es incapaz de dirigir y dar una respuesta global a un virus que no conoce fronteras. La investigación científica en el país más rico, solo tiene recursos para las necesidades de los monopolios farmacéuticos, recibe limosnas en investigaciones que no dan ganancia, mientras las corporaciones más importantes, las grandes compañías bancarias y financieras, las grandes fortunas recibieron rebajas impositivas del Estado. El presupuesto militar creció pero el de la salud pública significó para EE.UU. veinte años de recortes de la capacidad de hospitalización, siendo las más afectadas las comunidades más pobres y las zonas rurales, casi devastadas de servicios. Existen sectores sociales muy vulnerables en el país más rico, entre otros los cientos de miles de trabajadores de cuidados domésticos, de las residencias de ancianos, el personal sanitario con sobrecarga de trabajo de forma permanente, trabajadores de servicios en general, jornaleros, desocupados y personas sin techo. La supervivencia de estos sectores, antes de la pandemia, no era prioridad y tampoco lo será en medio de esta emergencia, el acceso a medicamentos esenciales y a la atención sanitaria no pueden resolverse si solo se favorece las ganancias de las grandes compañías farmacéuticas y del negocio de la salud.


El virus y el FMI enferman y matan a la población ecuatoriana





Es la ciudad más poblada, la que tiene más pobres y ahora, el mayor número de contagiados por el Coronavirus. Guayaquil concentra el 17% de la población del país, registra el mayor índice de pobreza (11,2%); Quito, la capital de Ecuador tiene el 8,4% y Cuenca, la tercera en importancia, el 4,1%. La ciudad más pobre también ostenta hoy el mayor índice de contagios de Coronavirus, 70% según cifras oficiales.
Entre noviembre y diciembre del año pasado, el gobierno despidió a más de 60.000 funcionarios y trabajadores del sector salud, inclusive un contingente que se dedicaba a la fumigación de barrios y sectores populares de la costa para evitar el contagio del dengue, cuya proliferación se agudiza en estos meses con lo que se debilitó aún más el ya pésimo sistema de salud del Estado.
El 25 de marzo, en plena cuarentena por el COVID-19, a pesar de que sectores de trabajadores y la Asamblea le solicitaran el no pago de la deuda externa, el gobierno efectivizó el desembolso de 325 millones de dólares de bonos que no fueron refinanciados y que se cumplían en este año, cuyos tenedores son los grandes empresarios, allegados al mandatario.

Escenas desgarradoras

El aumento de la cifra de contagiados y muertos es exponencial, sobre todo en Guayaquil, cuya gran parte de la población vive hacinada, en una vivienda de 10 metros cuadrados, con paredes de caña y techos de zinc, sin baño, donde se duerme y se cocina, sin televisión por cable, sin internet, ni libros, sin aire acondicionado en una temperatura promedio de 32 grados.
Allí viven vendedores ambulantes, la mayoría sin sueldo fijo, que sobreviven con sus ventas día a día; esa dolorosa realidad hace que salgan a la calle a tratar de ganarse la vida y dicen «o me mata el coronavirus o me muero de hambre».
En los barrios pobres y populosos de Guayaquil, muchos de los muertos -no sólo por el COVID-19- , están, por tres días o más, en los domicilios o en las aceras, sin que las autoridades den solución inmediata.  Es tal la magnitud del problema que los medios de comunicación no pudieron tapar y trascendió a nivel internacional. Son escenas muy conmovedoras que acontecen en varias ciudades del país. 

Los buitres que sobrevuelan la barbarie

La cuarentena es la excusa perfecta para que muchos empresarios apliquen como excepción el objetivo soñado: la flexibilización laboral. Están despidiendo a trabajadores de algunas fábricas y de las florícolas, debido a que el gobierno dicta una resolución que permite a los patronos a «ponerse de acuerdo» con los trabajadores para el pago de sus salarios en este período de emergencia, es decir, dispensa de la obligatoriedad a la patronal; además faculta a cambiar y fijar horarios de acuerdo a las necesidades de la empresa para exonerar a los empresarios del pago de horas extras. 

Al Coronavirus le precedió la peste del FMI

La actual situación provocada por la pandemia no hace sino agravar la crisis socio-económica que había estallado con la caída de los precios del petróleo, el modelo agroexportador y extractivista al servicios de las grandes empresas trasnacionales. El peso de la creciente deuda externa ha hecho que el Gobierno adopte políticas económicas neoliberales alineadas con el FMI así como con otros organismos multilaterales.
La pretendida alza de los combustibles mediante el Decreto 883 que fue derrotado con la movilización popular de octubre del año pasado hizo que el gobierno no reciba un desembolso del FMI. 
En el mes de febrero envía a la Asamblea para su aprobación un paquete de medidas económicas como son: recorte presupuestario que significa continuar con los despidos de miles de trabajadores del sector público (ya van 150.000); aporte obligatorio de estos trabajadores entre el 4 y 8% de sus salarios, el incremento del 0,75% en las retenciones del impuesto a la renta; la eliminación de algunas instituciones públicas y la unificación de otras.
Estas medidas están en estudio en la Asamblea, sin su aprobación hasta la fecha. Lo que también pretende el gobierno es privatizar las empresas públicas que prestan servicios estratégicos como energía eléctrica, telecomunicaciones y el Banco del Estado como parte de los acuerdos rubricados en la carta de intención del Fondo Monetario Internacional.

Ataques de todos los flancos

Las masas reciben ataques de todos los flancos, del gobierno, del Fondo Monetario Internacional, de la pandemia. En este marco de desesperación, el Frente Unitario de Trabajadores (FUT) hizo llegar su protesta a las autoridades, pero en la actualidad, sabemos que es muy difícil aun la posibilidad de movilizaciones.
Se ha extendido la cuarentena hasta el 12 de este de abril, las clases están suspendidas y durante los meses de abril y mayo están prohibidas las reuniones. El pánico hoy paraliza pero la situación puede cambiar en cuestión de días por la situación del hambre, las enfermedades sin posibilidad de atención oportuna y la situación de desamparo de la población.


Julia Puruncajas


Un virus nuevo, el COVID-19, provocó una pandemia mundial. Los trabajadores sumamos este virus a la plaga de la explotación laboral




 


  En medio de la pandemia hay un montón de “progresistas” que pronostican que el coronavirus hará cambiar el mundo, que la sociedad se hará más “solidaria”, más humana, menos egoísta, individualista y consumista, y más sensible a las necesidades del “otro”, de los pobres y de los hambrientos. Es una ilusión, una esperanza irrealizable en que nacerá un sistema capitalista humanizado, sin ninguna base alguna en la realidad. ¿Por qué el coronavirus lograría semejante cambio si el mundo entero viene sufriendo año tras año una pandemia de calamidades de todo tipo, que no solo no han mejorado nada sino que han empeorado todo?

  Las crisis humanitarias provocadas por guerras y desastres naturales que se cobran miles de víctimas cada año y en distintos lugares del planeta, se produjeron con más frecuencia de lo que el imaginario colectivo contabiliza o asocia a su rutina diaria. Podemos confeccionar una impresionante y descarnada lista desde los años 90, cuando los líderes mundiales prometían la paz, la prosperidad y la “democracia” en todo el planeta porque habían derrotado al enemigo: “el comunismo”.


Las crisis humanitarias provocadas por la intervención imperialista

  Nada de eso ocurrió bajo la dominación reforzada del sistema capitalista-imperialista. En 1990 fue la guerra del Golfo, con toda la fuerza militar de la OTAN liderada por los Estados Unidos dirigida contra la república de Irak, con un tendal de víctimas civiles. En 1991 Yugoslavia quedaba devastada y descuartizada por guerras que se extenderían por una década en el centro del territorio europeo, con miles de muertos, muchos de ellos víctimas de los ataques aéreos de la OTAN en Belgrado. En 1994, en Ruanda, se produjo el genocidio conocido como “el holocausto africano”: cien días de matanzas entre tutsis y hutus, donde jugaron también los intereses del imperialismo, y que dejaron unos 800.000 muertos.

  Luego se desató una nueva escalada mucho más agresiva. En 2001 los yanquis atacaron e invadieron Afganistán, iniciando un conflicto que sigue hasta hoy. En 2003 una coalición de potencias liderada por Estados Unidos invadió y ocupó Irak.

  En Siria, la guerra se inició en 2011 después de las movilizaciones contra el régimen de Assad; con la intervención de las potencias imperialistas el conflicto escaló con una cifra de 470.000 muertes y para 2016 más de la mitad de su población de 22 millones se había vista obligada a huir. Migraciones internas, campos de refugiados, más de trescientos centros médicos fueron destruidos. Solo en 2019, producto de ataques aéreos, murieron más de 100 civiles, incluyendo 26 niños, en la provincia de Idlib y en la zona rural de Alepo. Y según cifras oficiales, desde abril de 2019 hubo 2.721 muertes incluidos 809 civiles en un nuevo reinicio de acciones de guerra. 
  Más de 1.200 muertos y desaparecidos en el Mediterráneo en 2019, es la cifra de inmigrantes que en el intento de cruzarlo para alcanzar las costas del continente europeo dejaron su vida. El registro total contabiliza más de 35.000 los muertos, y en 2019 solo en un naufragio murieron 150. Todos ellos víctimas de las guerras y destrucción en Libia, en Siria, en Irak, y de la calamidad económica que se sufre en varias repúblicas del norte de África y de Oriente Medio.
  Se calcula que solo en el continente africano, entre 1995 y 2015 los conflictos armados han causado la muerte de unos cinco millones de niños menores de cinco años y de más de tres millones de bebés menores de un año.
  En 2018, casi 300 palestinos fueron asesinados y fueron heridos casi 30.000, todos víctimas de la agresión israelí, en una reiterada campaña militar contra el pueblo de la Franja de Gaza y de Cisjordania que solo en 2014 cobró más de 2.328 muertos, y que el Estado de Israel sostiene contra los palestinos en un apartheid genocida desde la creación del estado teocrático y criminal en 1948.

  El conflicto armado en Donbás, ciudad al este de Ucrania dejó el saldo de más de 3.000 muertos y 7.000 heridos desde su inicio en 2014. Solo citamos los más destacados. 
  La intervención imperialista no fue la causa directa de las epidemias, ni de las catástrofes climáticas, pero sí de destinar fondos de millones de dólares a ONGs y organismos específicos como la OMS, la FAO y otras tantas instituciones mundiales de dudosa o comprobada ineficacia para la prevención de crisis, según cómo se lo analice. Las calamidades producidas por el hambre, la explotación y la trata en la infancia se expande en el planeta. No evitaron las muertes producidas por el virus del Ébola en varios países de África (2014-2016), y por otros coronavirus como el SARS en China en 2002. Tampoco las muertes producidas en los campos de refugiados que lejos de servir de protección se convierten en asentamientos precarios de tiempo indefinido. Ni los millones de muertes y desplazados víctimas de inundaciones, terremotos y tsunamis localizados en zonas de alto riesgo.


 Las consecuencias de la explotación laboral, con la generalización de sistemas de semiesclavitud

Estas calamidades humanas han estado tocando la puerta de nuestras casas por la existencia del capitalismo imperialista, un sistema económico de explotación y colonización dominante en el mundo, que cotidianamente aumenta las penurias y las dificultades de la vida familiar para la clase obrera y para muchos sectores populares, y que deja al margen a crecientes masas de personas sin trabajo ni medios de vida.

El ritmo cardíaco del capitalismo se mantiene estable en el cuerpo económico si hay extracción de plusvalía, y esa plusvalía o excedente económico es la ganancia que apropia la patronal de la fábrica o empresa y que obtiene del trabajo, de lo producido en jornadas agotadoras de más de 8 horas y ritmos inhumanos, que dejan incapacitados a miles de trabajadores. En la actualidad, el capitalismo casi no usa máscaras, se presenta con sus corporaciones todopoderosas (fruto de la concentración económica) y sus métodos “civilizados”, incluso militares, para apropiarse los mercados, los recursos, la mano de obra, la producción y los capitales de los Estados a los que somete a su arbitrio. El comercio mundial y el libre mercado no son más que otras de sus máscaras que apenas cubren la verdadera lacra de la economía, la especulación financiera.

El sistema cada vez más sofisticado de extracción de rentas a costa del trabajo de millones de asalariados se juega en el casino mundial (Wall Strett, la City, etc.) de las apuestas y operaciones financieras dominantes en la economía actual, que penetran en la economía de la familia obrera porque aumentan artificialmente el precio de las viviendas, de los servicios, de la educación, de la salud y de los alimentos, y así crecen las dificultades para la subsistencia, que se convierte en calamidad para muchos, y más todavía con la llegada de la vejez si se debe vivir de una pensión miserable.

El acceso masivo de las mujeres al mundo laboral ha sumado mayor sacrificio y limitado las libertades. No es casual la explosión mundial del movimiento feminista en una nueva y más potente oleada de luchas por sus reivindicaciones y en defensa de la vida.

En este sistema de explotación capitalista-imperialista se producen plagas cotidianas para el conjunto de los trabajadores, de las que no se habla salvo cuando los ritmos de trabajo insoportables producen una ola de suicidios como ocurrió en la producción de iPhone en China, en 2010, o cuando se incendian o derrumban los edificios de fábricas textiles, una industria que ocupa  millones de personas, mayoría mujeres, incluidas niñas en condiciones de semiesclavitud y que convierten a Bangladesh en uno de los mayores exportadores textiles del mundo. O salvo, también, cuando millones de trabajadores y sectores populares alzan su voz en estallidos de masas en contra de sus gobiernos y del poder económico como ocurrió durante 2019 en varios países de América latina, en Ecuador, Chile y Colombia.

Las condiciones de trabajo con sistemas esclavos de producción se han extendido por todo el planeta y para todas las ramas de la producción, junto a las enfermedades y accidentes laborales: desde las afecciones pulmonares por la exposición a vapores, gases o humos, las posturales por el sobreesfuerzo o por jornadas prolongadas, hasta las específicas como silicosis o saturnismo. Y no solo en la producción industrial o en la industria extractiva; en los servicios también los trabajadores desempeñan tareas y ritmos insalubres, que exigen tremendos sacrificios.

En este sistema y orden social, una pandemia mundial como la producida por el COVID-19 va a aumentar las desgracias. En primer lugar, porque las produce en  poco tiempo, en meses; en segundo término, por la vulnerabilidad existente en las condiciones de vida de millones y, tercero, porque nuestra salud ya sufrió la pandemia de la explotación laboral.[1]


El virus no es una oportunidad, es una calamidad

El COVID-19 no se convierte en un llamado a la solidaridad y unidad del conjunto de la sociedad. En el plano de la política, donde también intervienen las iglesias, las manifestaciones públicas a favor de la conciliación de intereses y los llamados a la “unidad nacional” para combatir la pandemia solo buscan la confusión y la resignación de los explotados y todos los que están en la miseria frente al aumento de los despidos laborales, del pago por partes o de rebajas de los salarios, y de las penurias crecientes de los sectores populares y de los trabajadores informales.

Porque existen las clases y sus intereses son antagónicos, porque una minoría se apropia de la riqueza que la amplia mayoría produce, y porque desde los grandes capitanes de la industria, los dueños de los medios de producción y del capital hasta los propietarios de medio pelo, junto a su séquito de burócratas y parásitos a sueldo, cuando les pase el pánico al virus exigirán la vuelta al trabajo sin importar las condiciones ni las consecuencias para la salud. En el mientras tanto, en el aislamiento, que cada uno resista como puede.


Los “líderes mundiales” ante la pandemia

Los elegidos para “velar por la paz mundial y el bienestar de la población”, en la mirada de un médico de urgencias de Granada, España:

“Una banda de políticos y funcionarios que nos llevaron a este desastre”, “Pedro Sánchez, maldito canalla y criminal”, “una mierda”.

Donald Trump y Boris Johnson, además de lo deleznable de estos personajes, son los más fieles representantes de los intereses de la gran patronal y de la oligarquía financiera que necesitan la mano de obra en la producción y no en su hogar al resguardo del virus. Por esa razón, fueron los últimos en aceptar las condiciones impuestas por la cuarentena, el único método sanitario que impedía la propagación del virus.

Pero Merkel y Macron ¿qué hicieron por la Unión Europea? ¿Cuánta plata, equipos, médicos enviaron a los países europeos más afectados como Italia y España? Ahora nada, pero en 2011 destinaron los fondos de todos los Estados de la UE  para salvar a los bancos. En ambos líderes también se demuestra qué intereses representan, aunque simulen mayor compromiso social.

En la explosión de la pandemia tanto en Europa como en los Estados Unidos, todos los gobiernos de estas potencias se lanzaron a acaparar, para sus países, la producción mundial (fundamentalmente china) de mascarillas, respiradores y medicación antiviral, en el medio del caos producido por sus deficitarios servicios de salud pública y privada, y de la ineficiencia demostrada por los organismos creados por las potencias imperialistas para prevenir y controlar semejante catástrofe.


¿Qué podemos esperar en América Latina?

Los líderes políticos anuncian “los efectos del caos inminente en las poblaciones más vulnerables del mundo”, pero ningún gobierno se pronunció de forma humanitaria y repudió el bloqueo económico impulsado por las potencias imperialistas contra Venezuela y Cuba[2], que se sostiene en medio del estallido de la crisis humanitaria. Más aún, no hubo pronunciamientos contra las amenazas recientes de Trump de intervención militar contra Venezuela.

Michelle Bachelet, médica, ex presidenta de Chile, alta comisionada para los Derechos Humanos de la ONU, ¿por qué no se pronunció en contra de la injusta medida del bloqueo? Solo se solidarizó con los “presos políticos” del régimen de Maduro. ¿Y el resto de la sociedad venezolana? Según Bachelet “Es el momento de la solidaridad y la compasión”. ¿No sería más eficaz donar fondos de la ONU y destinarlos a los sistemas de salud destruidos de América latina, en cuyo desmantelamiento usted, como presidenta de su país, colaboró o fue cómplice por omisión junto a los otros funcionarios políticos, académicos y técnicos que viven en sus cómodos puestos a expensas del sacrificio de los trabajadores?

Cuba, economía pequeña y con muchas dificultades, que sufre el bloqueo imperialista, envía médicos para asistir en focos difíciles como Italia o España, y también planean asistir a la Argentina. China inició también su campaña de asistencia fuera de sus fronteras. Mientras tanto, los Bolsonaro, Piñera, Duque y Lenin Moreno encabezan una lista de gobiernos agentes directos de las potencias imperialistas y del puñado de patrones y oligarcas financieros que dominan las economías nacionales, que han “planificado” el desastre económico de sus respectivos países, hoy abandonan al pueblo a su suerte, al sálvese quien pueda.

La atención de la salud y la protección sanitaria comienzan con la nutrición. Para defenderse de este virus y de cualquier plaga se necesitan defensas. Con mala alimentación y hambre se debilita el sistema inmunológico, y se expone a la población con más facilidad a las formas más graves del COVID-19. Lo mismo ocurre con la precariedad del hábitat: sin condiciones de higiene, de acceso al agua potable, de eliminación correcta de residuos o de un techo digno, se convierte en una tarea casi imposible evitar las consecuencias más graves del virus. En esos casos no será suficiente con la entrega y la abnegación del personal médico y sanitario, menos aún con una estructura de la salud pública destrozada, y en algunos países, inexistente.

No hay necesidad de muchas palabras ni de complicadas reflexiones. A los gobiernos de los países más pobres los vemos actuar, en vivo y en directo, y las imágenes son atroces con un virus que recién comenzó a extender los contagios en la región: los cadáveres diseminados en las calles de Guayaquil y de otras ciudades costeras de Ecuador, mientras Lenin Moreno no tiene una cifra oficial de muertes. Los asesinatos de líderes sociales continúan en Colombia, sin que Duque encuentre culpables ni los impida, y la pandemia ya se suma a las penurias sociales existentes. Los gobernadores en Brasil debieron implementar medidas contra la pandemia, a contramano del presidente Bolsonaro, que todavía niega su gravedad y las consecuencias. Algo similar ocurrió en Chile: los alcaldes y autoridades regionales obligaron a Piñera a tomar las medidas de protección, las cuarentenas y la suspensión de clases, pero igual la catástrofe asoma en las crecientes cifras de contagios y de muertes.


La única solidaridad es la que reina entre los trabajadores

El reconocimiento de la sociedad hacia los trabajadores llamados “imprescindibles”, los de la primera línea, los científicos, los profesionales y técnicos de la salud, y a los de la producción, el transporte, la seguridad, el mantenimiento y la limpieza, exigiría de los gobiernos la decisión de una retribución inmediata al esfuerzo: con aumentos de salarios, como mínimo al doble, y la provisión de equipos aptos para su protección.

Para el conjunto de los trabajadores, estos compañeros de clase significan un enorme faro; se les debe agradecer el haberse constituido en un ejemplo de sacrificio y de humanidad, ya que a través de ellos se reivindica y se ubica en primer plano el esfuerzo gris y cotidiano de millones de obreros en todo el mundo, quienes constituyen las fuerzas productivas imprescindibles para el funcionamiento de la sociedad.

Los trabajadores reconocen y valoran de forma diaria el sacrificio de los maestros en la escuela de sus hijos, la atención médica y asistencial que reciben en el hospital, el esfuerzo de los choferes en el transporte público y de los cientos de oficios que existen. Estos lazos que creamos como fuerza de trabajo deberían multiplicarse, servir para afianzar la confianza en nuestras propias fuerzas y en una política propia, en la necesidad de ser dueños del futuro, o sea, del futuro de la masa asalariada y de los sectores populares, de la sociedad en su conjunto. Unidos con el fin de liquidar de una vez y para siempre la dominación del capital concentrado y al sector social que parasita gracias al trabajo ajeno, esa pequeña minoría de la sociedad, esos que se cuentan con los dedos de una mano pero que se apropian de la porción más grande de la torta.

Una nueva situación para el día después

“El esfuerzo de crisis, por extenso y necesario que sea, no debe desplazar la urgente tarea de lanzar una empresa paralela para la transición al orden posterior al coronavirus… El desafío para los líderes es manejar la crisis mientras se construye el futuro. El fracaso podría incendiar el mundo, advirtió Henry Kissinger, el exfuncionario y criminal imperialista norteamericano.

El pánico al incendio de la clase oligárquica-patronal-financiera mundial es tan grande como la capacidad de contagio del COVID-19. El incendio es el despertar de la movilización revolucionaria de las masas para conquistar sus derechos, no limosnas, para luchar por todo lo que les corresponde. Una movilización que, los explotadores lo saben, se fortalecería en la dinámica de la lucha, que las direcciones burocráticas no podrían controlar porque serían superadas en su intento y en sus objetivos, que convertirían en inservibles a los dirigentes políticos o sindicales “amigables” para negociar, porque no hay nada que negociar. Un incendio que solo se apaga cuando los trabajadores y el pueblo pobre logran tomar el poder político y se reconstruyan las relaciones de producción bajo otras reglas.

La patronal industrial-comercial-financiera, el poder económico concentrado, debate el futuro con los dirigentes sindicales, sociales y políticos, y con los gobiernos. Elaboran distintas estrategias post-cuarentena, con un solo norte: cómo aumentar el grado de explotación, por una vía o por otra. Es el objetivo de siempre: que los trabajadores con su esfuerzo y sacrificio paguen los gastos de la cuarentena y de la recesión, y además se hagan cargo de las deudas públicas y privadas.

Los trabajadores no deben abandonar las medidas de protección, pero no por eso deben quedarse a esperar la vuelta al trabajo o los anuncios oficiales. Es necesario debatir las condiciones y garantías para esa vuelta, y también los proyectos futuros de un sistema de salud pública eficiente a nivel nacional. Hay que terminar con los negocios de unos cuantos vivos a costa de la salud de todos, así como con respecto a la educación y a la obra pública. Es menester pensar un plan de gobierno donde los recursos se distribuyan en función de las necesidades de la mayoría. Por esa razón es fundamental fortalecer la organización independiente donde exista, y construir lazos por abajo para multiplicar la participación, ya sea a nivel del barrio o sindical.

No hay paños fríos conciliatorios que valgan cuando están en juego desde el futuro laboral hasta el monto de los salarios y el nivel de vida de la clase trabajadora. Se esperan momentos muy difíciles, y se abrió una situación extremadamente delicada para el movimiento obrero y para los sectores populares. Las condiciones futuras de los trabajadores dependerán de su fuerza organizativa independiente, de la firmeza para afrontar la lucha y del proyecto político, económico y social que se plantee.

A lo largo de la historia mundial quedó absolutamente demostrado que las revoluciones han sido los únicos medios capaces de cambios radicales a favor de la humanidad. Una pandemia o una catástrofe natural solo aumentan los penurias de los más pobres o aumentan la cantidad de pobres. Los progresos se han conquistado de una sola forma: con revoluciones.

Ningún virus vuelve mejores personas ni más solidarios a los burgueses y a la oligarquía recalcitrantes. Fueron las revoluciones las que lograron implantar valores como la igualdad y la fraternidad, los derechos al trabajo remunerado, a la vivienda digna, la salud, la educación y el ocio. Revoluciones que se produjeron por el heroico y sacrificado esfuerzo del movimiento obrero y del pueblo, y porque se propusieron alcanzar el poder para cambiar desde la raíz las normas y las reglas de opresión y de explotación.

Florencia Sánchez
6 de abril de 2020





[1] El virólogo argentino Pablo Goldschmidt, señaló una serie de factores que podrían haber incidido en el porcentaje de letalidad por el COVID-19 en Italia y tienen que ver con el trabajo: en esa región es donde más mueren por cáncer de pulmón, porque hubo fábricas de fibrocemento que usaban amianto. En las autopsias que se hicieron en Lombardía en los últimos diez años, el 85 por ciento eran por exposición laboral. Este año hubo 3,6 por ciento más que en años anteriores. Una región ya castigada por el cierre de camas y la falta de respiradores, y donde se encuentra la gente mayor, con pulmones con cáncer o lastimaduras crónicas, que hace que una infección viral se transforme en una infección mortal.


[2] El presidente argentino Alberto Fernández se pronunció al respecto recientemente en una teleconferencia del G20, llamando a terminar por razones humanitarias con el bloqueo contra Cuba y Venezuela.



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