viernes, 11 de diciembre de 2020

A UN AÑO DEL ASESINATO DE DILAN CRUZ: LA REBELIÓN DE UNA GENERACIÓN QUE SE RESISTE AL NO FUTURO

 

Los nadies: los hijos de nadie,
los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados,
corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos,
rejodidos:

Los nadies,
que cuestan menos
que la bala que los mata.

(Fragmento de ‘‘Los nadies’’. Eduardo Galeano)

 

El 21N quedará guardado en los anales de la historia del país como el día en el que los de abajo despertaron, el día de la indignación, el inicio de una serie de jornadas de protesta donde el gobierno títere de Iván Duque estuvo contra las cuerdas. El 21N fue la acción de masas más importante desde el Paro Cívico Nacional de 1977, y como en esa ocasión, donde se configuró el Consejo Nacional Sindical (CNS), le planteó a todos los revolucionarios y luchadores del país, la necesidad de la unidad y trazar conjuntamente un derrotero de lucha. Para hacer frente a esa necesidad se creó el Comité Nacional de Paro, un logro político en cuanto a la organización de la lucha, aunque con limitaciones por el rol que jugó su dirección burocrática, que decidió no ir a fondo con la continuación y preparación de jornadas de Paro.

LA CRISIS DEL CAPITALISMO Y LA SENSACIÓN DE NO FUTURO DE LA JUVENTUD

La lucha del 21N se enmarca en una lucha a nivel mundial, donde los oprimidos se están rebelando contra el sistema, porque vivimos un momento particular donde el capitalismo agudiza su decadencia y se exacerban todos los males sociales. La angustia de los jóvenes al no encontrar posibilidades de estudio o trabajo cuando terminan la secundaria –algunos ni siquiera lo pueden hacer, porque deben desertar para ayudar a sostener sus familias– ha acrecentado la sensación de no futuro, la sin salida social.

Esta es una preocupación compartida, incluso, por algunos sectores burgueses, como se evidencia en el informe sobre las perspectivas de los jóvenes[1] con el enunciado ¿No Future?, donde se concluye que un sesenta por ciento de personas de todas las generaciones opina que los millennials (como se le conoce a la presente generación de jóvenes) son quienes peor viven y vivirán en el futuro, respecto a sus padres, en lo que se refiere a aspectos económicos y políticos.

La presente generación es, sin duda alguna, la generación de la crisis. Si bien la digitalización es lo que les define como grupo de edad, podríamos decir que, más que nativos digitales, son nativos en la crisis. Los jóvenes han crecido en medio de recesiones económicas, que han congelado su futuro y les ha provocado una sensación de frustración. Esta generación se ha criado en la fragilidad. Es la que más ha sufrido la crisis, la que tiene salarios más bajos y la precariedad durmiendo en casa.  En 2015, según el Banco Mundial, los contratos temporales que firmaron los trabajadores franceses y holandeses de entre 15 y 24 años representaron cerca del 50%. Es decir, en el futuro los jóvenes tendrán que trabajar más años y disfrutar menos ahorros para financiar sus pensiones a pesar de estar activos más tiempo que las generaciones precedentes.

 Además de las crecientes brechas entre dos generaciones, los jóvenes frente a los mayores, atravesamos tiempos, donde los niveles de desigualdad[2] son escandalosos y, particularmente en América Latina y el Caribe, donde el 20% de la población concentra el 83% de la riqueza. Según el informe, antes citado, el número de milmillonarios en la región ha pasado de 27 a 104 desde el año 2000. En grave contraste, la pobreza extrema está aumentando. En 2019, 66 millones de personas, es decir, un 10,7% de la población vivía en extrema pobreza, de acuerdo a datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).

El efecto de las políticas neoliberales en la región ha hecho mella y, ante esto, muchos jóvenes han decidido tomar las calles y combatir al capitalismo –así sea de manera inconsciente y desordenada–, nos hemos reusado a ser una generación perdida. No solo en Colombia la juventud ha sido la vanguardia. En Puerto Rico, los jóvenes fueron artífices de la caída del gobernador Ricardo Roselló; en Haití protagonizaron fuertes levantamientos durante todo el 2019, exigiendo la renuncia de Jovenel Moïse y las políticas del Fondo Monetario Internacional (FMI); también se hicieron sentir los jóvenes en Ecuador, apoyando la resistencia al paquetazo económico del reaccionario Lenin Moreno y el FMI. En Chile, el proceso más profundo, mostró la heroica lucha de los jóvenes, alzándose, en principio, contra el cuarto aumento –en menos de dos años– a la tarifa del metro. Pero no era solo contra 30 pesos de aumento, era contra 30 años de precarización en la salud, en las pensiones, en la vivienda, los altísimos sueldos de parlamentarios, el aumento de la luz y el petróleo, la represión de las Fuerzas Armadas y todo el legado de la dictadura de Augusto Pinochet[3].  

También destacamos, este año, la lucha de los jóvenes –principalmente los afros– en Estados Unidos, contra el racismo y la violencia policial, contra el asesinato de George Floyd y levantando el puño con la consigna Black Lives Matter; así como en Perú, contra el ilegitimo y asesino gobierno de Manuel Merino, que, pese a desatar una represión como no se veía en años en ese país, no logró acallar las voces de los jóvenes que coreaban ‘‘¡Merino, escucha, el pueblo te repudia!’’, logrando que Merino, tras cinco días de presidencia, renunciara. De igual forma, aunque menos difundida, la lucha de los jóvenes guatemaltecos contra la aprobación del presupuesto nacional para el año 2021, que reduce las partidas para salud y protección social, las partidas para la universidad pública y el poder judicial, al tiempo que destina 100 millones de quetzales (más de US$12 millones) para una nueva sede del Congreso.

A nuestros abuelos, a nuestros padres y a nosotros mismos nos han quitado tanto, que nos quitaron el miedo. Los jóvenes ya no tememos enfrentar la represión o a gritar ‘‘¡Uribe, paraco, el pueblo está verraco’! Es la rebelión contra el sistema y sus gobernantes. Esta voz hace eco desde los jóvenes de clase media hasta los jóvenes de los sectores populares. Y uno de esos jóvenes que se atrevió a luchar por sus hermanos de clase, por su pueblo, en contra de las reformas pensionales y laborales, que joden profundamente a los ancianos, que impide que nuestros padres se pensionen o que desmejoran nuestro futuro, fue Dilan Cruz, un pelado de dieciocho años al que la represión de Duque le quitó la vida y liquidó sus sueños.

EL ASESINATO DE DILAN CRUZ: LA EXPRESIÓN DE ODIO A LOS HIJOS DE LA CLASE OBRERA

Dilan Cruz era un joven que soñaba con ingresar a la Universidad Pública, parte de su protesta tenía que ver con las escasas posibilidades que tienen los jóvenes de los sectores populares en Colombia para acceder a la Educación Superior. El 23 de noviembre, el tercer día de movilizaciones en el marco del Paro Nacional, seguían resonando las voces disidentes y, todavía con más fuerza, después de la noche anterior, la del 22N, que quedó para la historia como la Noche del Terror. Aquella noche de protestas, el gobierno Duque quiso infundir pánico en los barrios populares de Cali y Bogotá, con el ánimo de crear animadversión hacia el Paro, llevando a la gente a armarse con palos, machetes y hasta pistolas, para defenderse de los supuestos vándalos del Paro que iban a saquear sus casas. Al otro día se demostró que todo había sido un plan de Duque y el uribismo, en colaboración con la honorable Policía Nacional, para reventar el Paro. Policías de civil, en compañía de sectores lúmpenes (los desclasados), rompían los vidrios de las casas y se metían a los conjuntos residenciales a sembrar zozobra. La rabia que generó esta sucia estrategia contra el Paro, llevó a que la gente saliera a las calles a gritar vivas al Paro Nacional y a demostrarle a Duque, que no nos iba a sembrar terror.

Y como la estrategia no funcionó, aumentó la represión en las calles. La tarde del 23N, en la carrera 4.ª con calle 19 de Bogotá, Dilan Cruz cayó gravemente herido después de recibir un fogonazo de una escopeta calibre 12, disparado por un miembro del ESMAD. Aquel día, se repetía la historia de Nicolás Neira, joven de 15 años asesinado por un proyectil del ESMAD, el 1 de Mayo de 2005; de Johnny Silva, de 21 años, quien murió cinco meses después en la Universidad del Valle, en una protesta estudiantil contra el TLC que el gobierno Uribe se disponía a firmar con Estados Unidos; y de Miguel Ángel Barbosa, estudiante de la Universidad Distrital, quien cayó en una manifestación el 21 de abril de 2016.

No son los únicos, según la ONG Temblores, en su informe del año pasado, 34 personas han perdido la vida en medio de protestas desde la creación del ESMAD en 1999[4]. En todos estos casos, hay por lo menos algunas cosas en común. La mayoría de los asesinados eran jóvenes provenientes de los sectores bajos de la población, hijos de trabajadores, que luchaban por salir adelante en medio de la pobreza. Es decir, es un asunto de clase, que evidencia el desprecio por los jóvenes pobres, a quienes este Estado asesino considera desechos sociales. El otro aspecto en común es la impunidad. A pesar de que el Estado colombiano fue condenado desde 2011 por la muerte de Neira y Silva, la justicia sigue sin procesar a los responsables. En el caso de Nicolás, los uniformados de la Policía que coordinaron la operación y que, según la Fiscalía, intentaron encubrir la muerte del joven siguen libres y solo hay un condenado: quien lo confesó todo.



Pese a esto, el crecimiento en recursos y personal del Escuadrón de la Muerte (léase ESMAD), ha sido impresionante. Según la ONG citada, comenzó con 200 hombres y cero pesos para compras de elementos y armas. Seis años más tarde, los números eran otros: 1.352 integrantes y un presupuesto de casi $8.000 millones para compras de elementos y armas. En 2010, año en que Álvaro Uribe salió de la Casa de Nariño y llegó Juan Manuel Santos, el presupuesto para ese mismo fin iba por los $11.700 millones y el personal, por 1.843. En 2014, 2015 y 2017, el ESMAD recibió en total más de $31.000 millones para armas y elementos. Nunca antes ese grupo había recibido tantos recursos. Y peor todavía, en medio del desastre generado por la crisis económica y sanitaria por la pandemia de COVID-19, Duque, en vez de girar recursos para sostener a los más necesitados, se atrevió a gastar en nuevos implementos para el ESMAD, aprovechando la cuarentena en prevención contra las movilizaciones y estallidos sociales que se avecinan. El senador del Polo Democrático, Wilson Arias, denunció la licitación de la Policía Nacional por valor de $9.515.844.030 sin IVA, gastados en 81.000 gases lacrimógenos y 13.000 balas como las que asesinaron a Dilan Cruz. Adicionalmente, comprarán más de 23 mil esferas marcadoras. A esto se suma la bobadita de 7.900 millones de pesos en 5 tanquetas[5].

Lo anterior deja claro que, para este gobierno miserable la salud, la educación y la vida de los pobres importa un carajo. Y sus llamados de ‘‘el que la hace la paga’’ y sus condolencias con la familia de Dilan, no es más que cinismo y vil hipocresía. No ha hecho nada –ni lo va a hacer– frente a la exigencia de desmonte del ESMAD o de una reforma a la policía. Incluso, este año, fue asesinado Anderson Arboleda, un joven afro de 19 años, quien vivía en Puerto Tejada (Cauca) y, que, el 19 de mayo, tras recibir varios ‘‘bolillazos’’ en la cabeza por parte de un policía, perdió su vida, acción justificada por esta institución supuestamente porque incumplía con la cuarentena. También, el pasado 25 de junio, Duván Mateo Álvarez, joven de 15 años, que cursaba octavo grado en el colegio Buenos Aires del municipio de Soacha (Cundinamarca), fue asesinado por un proyectil de bala en medio de un desalojo a cargo de la Policía y el ESMAD, en la Ciudadela Sucre.

Estas muertes hacen parte de un largo historial de abusos cometidos por esta institución del régimen, que expresan, además, la sistematicidad de su accionar criminal y violento. ‘‘Según el informe «Bolillo, Dios y Patria» de la ONG Temblores, en el período 2017-2019, hubo 639 homicidios, 40.481 casos de violencia física y 241 de violencia sexual, en los que, basados en informes de Medicina Legal, hay un presunto miembro de la fuerza pública involucrado.”[6] Además de los grandes crímenes, es constante su agresión contra poblaciones específicas, su racismo, clasismo, machismo y homofobia.

Y si bien es cierto que, como lo documentó la ONG mencionada, en los años 2005, 2013 y 2016 (gobiernos Uribe, el primero, y Santos, los dos últimos) fueron los que más dejaron víctimas, en este gobierno se reactivaron las masacres, llegando, incluso a ciudades como Bogotá, donde no se habían atrevido a tanto.

DUQUE HA ESCALADO LAS TENDENCIAS FASCISTAS EN EL RÉGIMEN: LA MASACRE DEL 9S EN BOGOTÁ

El asesinato de Dilan Cruz no ha merecido de parte del gobierno el más mínimo esfuerzo por hacer justicia, por prevenir nuevos asesinatos de manifestantes o frenar la brutalidad policial. Todo lo contrario, Duque ha subido los niveles de represión y ha envalentonado a sus agentes homicidas. Un caso que lo muestra de manera clara es el asesinato del ciudadano Javier Ordoñez, de 43 años, estudiante de derecho a punto de graduarse y taxista de oficio, quien salió de su casa, donde departía con unos amigos, a comprar licor. Él y sus amigos fueron abordados por policías, -no era la primera vez que pasaba esto- quienes ya ‘‘tenían entre ojos’’ a Ordóñez. Al contradecir a los policías por un comparendo que le iban a imponer, fue atacado continuamente con una pistola ‘taser’ (que propina choques eléctricos). Javier Ordóñez suplicó una y otra vez ‘‘No más, por favor no más, por favor ya, en serio por favor ya no más.” Y los presentes gritaban ‘‘ya basta, que ya’’, pero se escuchaba descarga, tras descarga. Ordóñez fue trasladado al CAI (Comando de Acción Inmediata) de Villa Luz, en Bogotá, donde se lo siguió golpeando y torturando hasta terminar con su vida.

La reacción no se hizo esperar y la respuesta de los jóvenes de los barrios populares, a quienes la policía acostumbra a hostigar, perseguir e incriminar, fue la de quemar y destruir estos centros, que más que prestar atención se han convertido en centros de tortura, homicidios[7] y violaciones sexuales[8]. El caso de Ordóñez recordó, una vez más, la sevicia de la Policía Nacional y la impunidad que cubre sus acciones. La indignación se hizo presente en Bogotá, Barranquilla, Cali, Ibagué, Madrid y Mosquera (Cundinamarca), Medellín y Soacha, donde fueron atacados por lo menos 27 CAI en dos jornadas de insurrección juvenil, el 9 y 10 de septiembre. Como lo dijimos, el gobierno de Duque se venía preparando para futuras movilizaciones y estallidos y, en esta ocasión, no iba a permitir que se repitieran las jornadas de protesta iniciadas con el 21N. La policía, por su parte, como si se tratara de una guerra civil, cual agentes de una dictadura, no repararon en abrir fuego a diestra y siniestra, asesinando a 13 personas en Bogotá y Soacha, en una autentica masacre[9] en plena vía pública y a los ojos de quienes miraban atónitos desde sus casas.

Y como si fuera poco, los policías aprovecharon para violentar sexualmente a algunas mujeres. La ONG Temblores[10] documentó varias de estas denuncias y los abusos policiales, y escribió en un comunicado que el jueves 10 de septiembre en el CAI San Diego, de la localidad de la Candelaria, una mujer fue violentada: “uno de ellos empezó a acosarlas sexualmente, preguntándoles “Cómo vamos a arreglar”. Aprovecharon la situación de indefensión en que se encontraban ellas y procedieron los dos [policías] a manosearlas por encima de la ropa”.

JUICIO Y CASTIGO AL RESPONSABLE DEL ASESINATO DE DILAN CRUZ

Quienes participan en la multitud de la protesta suelen calificarse como ‘‘desechos de la sociedad’’, ‘‘vándalos’’ ‘‘bandidos’’, ‘‘ladrones’’, ‘‘salvajes’’, ‘‘mendigos’’ y un etcétera de apelaciones despectivas. La historia de los de abajo pocas veces se rememora pues, en cuanto menos se haga eco de dichas acciones, más fácil se las borra de la memoria colectiva y se impide que emerjan como referentes políticos para las nuevas generaciones.

Sobre Dilan se dijo que había estado en la correccional, que era un delincuente y que su participación en las jornadas del Paro solo obedecía a vandalismo. ¿Si así lo fuera, la Policía tiene la autoridad para matar? Estas noticias falsas, sumadas a las declaraciones que dio el gobierno, en las que se califica el hecho como un accidente propio de este tipo de procedimientos, solo buscan justificar su asesinato y que su caso quede en el olvido, que se convierta en un número más de las estadísticas de los crímenes impunes de este estado. El capitán del ESMAD -léase el asesino- Manuel Cubillos no cometió un accidente en un acto de servicio, sino que cometió un homicidio. Su actuación no fue para disuadir la protesta ni se rigió por los ‘‘protocolos’’ de esa institución, que dicen que debe disparar de forma parabólica, sino que tiró a matar, pues el disparo fue de frente y directo a la cabeza de Dilan.  Las pruebas del homicidio son bastante claras, sin embargo, al sol de hoy, el caso sigue en manos de la Justicia Penal Militar, donde se asegura la total impunidad del responsable.

La familia de Dilan busca que el caso pase a la justicia ordinaria. De no prosperar, plantean llevar el caso ante el Sistema Interamericano de Derechos Humanos. Seguramente, intentarán dilatar y desgastar a la familia, como lo saben hacer en este tipo de situaciones. Por nuestra parte y en nombre de las decenas de miles de jóvenes que nos movilizamos el 21 N y que hemos combatido a este gobierno desde que se posesionó, seguimos exigiendo castigo a los culpables y llamamos a honrar su memoria como luchador y como hijo del pueblo.

El asesinato de Dilan Cruz, quien dejó de respirar justamente el día que se graduaba de la Institución Educativa Distrital Colegio Ricaurte, nos recuerda que estamos ante un Estado criminal y asesino, al que solo podemos enfrentar de manera unificada, siguiendo el camino de lucha del 21N. Las voces que han silenciado, los sueños que han truncado, solo afirman más nuestra convicción de seguir luchando por las mismas causas por las que cayeron, a luchar por la destrucción de este sistema explotador y opresor. Por preservar sus nombres y por lograr justicia, necesitamos organizarnos desde abajo, fortalecernos políticamente y prepararnos para las próximas movilizaciones, que seguro vendrán, y que requieren la máxima unidad para enfrentar y hacer retroceder a este gobierno y sus instituciones de represión.

 

¡Fuera el comandante de la policía Oscar Atehortúa y toda la cúpula de la Institución!

¡Juicio y castigo a los policías asesinos y no por la Justicia Penal Militar!

¡Fuera el ministro de defensa, el uribista Carlos Holmes Trujillo!

¡Por el desmonte del ESMAD!

¡Reforma radical de la policía Ya!

 



[2] OXFAM International. Los milmillonarios del mundo poseen más riqueza que 4600 millones de personas. Véase en línea: https://www.oxfam.org/es/notas-prensa/los-milmillonarios-del-mundo-poseen-mas-riqueza-que-4600-millones-de-personas

[3] Su lucha logró un triunfo democrático. El 25 de octubre del presente año se realizó un plebiscito, donde el 79% de la población que salió a votar aprobó una nueva Constitución, intentando dejar atrás el legado de la dictadura. Sin embargo, la lucha sigue abierta, pues si bien es un triunfo, aún no se sabe qué camino pueda tomar la Constituyente y puede que las masas se vean obligadas a salir nuevamente a las calles.

[4] El Espectador. 34 personas han muerto por acciones del Esmad desde su creación: ONG Temblores. 1-12-2019. En línea: https://www.elespectador.com/noticias/judicial/34-personas-han-muerto-por-acciones-del-esmad-desde-su-creacion-ong-temblores/

[5] PluralidadZ. Trujillo, Paula ¿Gobierno Duque se está preparando para futuras protestas? 05-06-2020. En línea: https://pluralidadz.com/politica/gobierno-duque-fortalece-el-esmad/

[6] Víctor de Currea Lugo. De cómo la gente perdió el miedo al abuso policial. 10 de septiembre. Véase en línea: http://victordecurrealugo.com/abuso-policial-colombia/

[7] Como sucedió el 4 de septiembre en la Estación de Policía de Soacha (cinco días antes de lo sucedido con Javier Ordóñez), donde murieron incinerados nueve jóvenes, bajo la complacencia de los agentes de policía que, pese a ver que los reclusos se estaban quemando, no hicieron nada, incluso impidieron que sus familiares apagaran las llamas.

[8] Para ampliar en este tema, léase Violación institucional sistemática por parte de las Fuerzas Armadas a los derechos y vida de las mujeres. En línea: https://cacerolazoenlinea.blogspot.com/2020/08/

[9] Para conocer nuestra posición al respecto, ver: https://cacerolazoenlinea.blogspot.com/2020/09/

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